martes, 6 de diciembre de 2016
Tiempos modernos
La
sentencia fue inapelable. El implacable juez decretó el estado de sitio y
aislamiento civil por tiempo indefinido. La inseguridad, las epidemias y las
reiteradas amenazas de alzamiento fueron el detonante para la ejemplar medida.
Cada familia debería permanecer por tiempo indeterminado encerrada permitiendo
solo a un miembro salir a buscar alimento al centro comunitario. La provisión
debería ser suficiente para sobrevivir y lo único que debían pagar era la
electricidad. Cada día se deberían realizar colectas de orina en bidones
repartidos para tal fin, lo cual aseguraba la cuota diaria de energía. La orina
era refinada y se le extraían proteínas para elaborar alimentos. Nadie tenía
permitido hablar con nadie, ni verse cara a cara, ni tocarse. Cada quien
debería permanecer en su habitación y sólo podrían comunicarse mediante un
dispositivo que cabía en la palma de la mano. Por el mismo dispositivo se impartía
educación e información regulada por el estado. Esa suerte de confinamiento
trajo mucho silencio en la ciudad, los accidentes cesaron por completo. Las
protestas se acallaron por completo. El juez logró lo que nunca nadie pudo
antes mediante la represión armada. El paisaje se volvió triste y nadie volvió
a correr por las calles. Las emociones estaban literalmente anestesiadas. Nadie
tenía ninguna expectativa, ni ganas de discutir con nadie y todo daba igual.
Cada quien escribía lo que quería en forma anónima y era refutado aceptado con el mismo interés. Pasado un
tiempo, y en vista que el caos social se había resuelto, se liberó al pueblo de
su confinamiento y recuperaron la capacidad de reunirse. Solo los ancianos
rompieron los dispositivos de comunicación. La gente volvió a salir a la calle,
solo que esta vez iban munidos del dispositivo. La red había caído, pero aún se
siguen “comunicando”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario