jueves, 24 de abril de 2014

Dia 98 - Joyas familiares (parte I)


Susana y sus demonios.

  Susana, esposa de un primo mío, tenía sus demonios, pero no eran enfermedades imaginarias ni fantasmas del pasado. Eran sus palpables cuatro hijos Eliana, Angelina, Martín y Pablo el más chico. Cada mediodía, o cada noche eran un pequeño averno la cocina y el comedor de diario. La mesa donde se realizaban el 85% de las tareas del hogar, era una montaña inimaginable de cosas, algunas orgánicas y otras no tanto. Creo que si alguien se tomara el trabajo, encontraría fácilmente 6 elementos que no figuran en la tabla periódica de Mendeleiev y al menos una decena de neurotóxicos peores que el ántrax. Esa tarde los planetas se alinearon y el mundo estalló. Susana se encontraba cocinando panqueques, la única manera de disfrazar verdura que tenía para que los cuatro gremlins y el Neanderthal del marido metan algo sano en su cuerpo para no volverlo a sacar, al menos por el sitio por donde ingresó al organismo. Todo estaba "normal" hasta que pasó, la mayor de las hermanas, Eliana, había escuchado que la plata no alcanzaba para nopucid, y si la racha de piojos seguía no quedaba otra que pelarlos a los cuatro. En un inocente intento por ayudar, y valiéndose de una humillante tijerita de actividades prácticas, empezó a ejercer su prematuro oficio de peluquera. A fuerza de coraje y coscorrones que proporcionaba a los hermanitos, so pretexto de no molestar con gritos ni llantos innecesarios a su mamá, Eliana fue literalmente podando la cabeza de Angelina, quitando lo feo y dejando los brotes tiernos para mejorar el plantel capilar en la próxima luna. Con Martín la cosa fue un poco más complicada. El niño no cesaba de decir que no con la cabeza, no se sabe bien si negaba la realidad o sólo con este método, distribuía en prolijas parcelas los coscorrones y tijeretazos en armoniosos círculos  asegurando así, una especie de empapelado ecológico en 3D. Pablo en cambio aprovechó para ayudar a Susana en la cocina. Mientras ella rellenaba los canelones, el niño empezó a llevar los utensilios a la bacha para lavarlos. Una masa viscosa con gusto rico, bañaba parte de los enseres y le preguntó a la mamá si podía ayudar a limpiarlos. Evidentemente Susana no tenía idea, como la mayoría de las madres, que cuando dicen sí, abren la caja de pandora a la creatividad más destructiva que anida en cada ser humano esperando un permiso que casi nunca llega. Ante el visto bueno, sin verlo, Pablo empezó a lamer cada utensilio sucio con aires de sibarita. Ordenó el bol, la cuchara, el cucharón y dejó para el final la cuchilla. Dando rienda suelta a su fetichismo por los objetos, su cabeza parecía flotar en un mar de masa cruda de panqueque, placer y vicio rozando el delicado filo del dolor y lo prohibido, era todo un sadopanquequista. Cuando llegó al cucharón, se le vino la brillante idea de meter el manguito por su pequeña boca con tan mala suerte que la pequeña curvatura que posee en el mango, se enganchó de su campanilla. Lo que siguió fueron arcadas, vómitos, gritos ahogados, hasta que comprendió Pablo, que la única manera de que le den bola era hacer un ruido significativo, y ahí comenzó a romper platos. Promediando el tercero o cuarto plato, Susana apareció en la puerta de la cocina con aspecto de asesino serial acorralado. Al a su pequeño, pasó por su cuerpo y su cara no menos de veinte estados de animo, todos ellos destructivos y desesperantes, y tomó al pequeño por algún lado limpio que encontró y a los gritos pelados, reunió a todos en la sala para ir al hospital de la otra cuadra. Dantesca fue la imagen que encontró al ver a la novata coiffeur y sus primeros y atormentados clientes. En un rapto de claridad, dejó una nota al Neanderthal y salió con los cuatro engendros a la guardia para que al menos un problema se solucione. Describo el cuadro porque así lo vi, de izquierda a derecha y sentados en un banco de sala de espera estaban: Eliana, con cara de "yo no fui"  y reprimiendo las frases "tengo hambre" y "cuando nos vamos" para un momento más oportuno. Angelina, se señalaba en silencio la cabeza y señalaba a Eliana en un incidental homenaje al gran Marcel Marceau. A Martin no se le distinguía donde comenzaba y donde terminaba el pelo, era como el muñeco ese que le crecía pasto en la cabeza pero regado con ácido. Susana retorcía en silencio un pañuelo, sólo eso hacía, y recitaba algo en idish. Pablo, miraba al frente, aún con el cucharón en la garganta, con convulsiones y suspiros y cada tanto mirando de reojo a su mamá a ver si daba para llorar un poco o seguir así en silencio sin joder demasiado hasta que el doctor de guardia se digne a atenderlos. Ahí, justo ahí, llega mi primo irrumpiendo en la guardia al grito de "Susana!!! Que hiciste??? La cocina es un desastre y los canelones se re quemaron! me querés decir que comemos hoy?...contestame che! estuve todo el día laburando, merezco algo de respeto!!!".
  Esto pasó hace veinticinco años. Recién ayer, Susana consiguió parpadear con los dos ojos al unísono. El médico espera que en los próximos meses deje de canturrear en idish y controle esfínteres...