jueves, 24 de diciembre de 2015

Nunca más fue lo mismo.

Algunas cosas de chicos , 37 años después nos siguen torturando.
Vamos a situarnos en tiempo y espacio para entender este texto. Teníamos 9 años mas o menos y vivíamos en una cortada de tierra que en una esquina daba a la calle Francia y en la otra esquina había una villa miseria. La casa de Oscarcito estaba en la esquina que daba a la villa y tenía una terraza austera que nos servía para las precarias diversiones juveniles. Desde ahí le tirábamos bolitas de paraíso con un rulero y un globo a colectivos y autos que pasaban. Justo frente a la casa, había una suerte de lápida que tenía una de las pocas canillas públicas que abastecían a la villa de agua potable. Todos los días iban los habitantes a cargar fuentones, baldes y bidones a la canilla comunitaria, en verano preferían mandar a los chicos al mandado.
Un chico en particular nos había llamado la atención, tenía nuestra edad y todos los días de verano a la misma hora cargaba dos baldes de agua y se perdía en la villa entre los pasillos. Un día mientras llenaba el recipiente, nos miró y se encontró con nuestra mirada observadora. "¡Qué mirás pendejo!" le gritó Diego, el más quilombero de los nuestros. Por toda respuesta nos miró y sonrió. "Nos agarra para la joda" siguió Diego. Oscarcito le tiró una bolita de paraíso que picó cerca del primer balde lleno. Una idea idiota nos iluminó, jugamos a embocar las bolitas de paraíso en el balde lleno y empezamos a tirar. Marcelito fue el primero que embocó una y lo celebró con un grito. Lo miramos más con envidia que con admiración mientras el chico de la villa sacaba pacientemente la bolita del balde. La competencia pudo más que nuestro sentido común y volvimos a la carga para ver quien lograba más puntos en este juego dañino. Uno por uno íbamos anotando mientras que el pibe sacaba cada vez con menos gracia las bolitas embocadas. Ya no tenía demasiada gracia el juego cuando Oscarcito se abrió paso entre todos y revoleó algo negro y redondo que fue a dar justo en el balde lleno. Fue impecable. Pasó por encima de los cables y cayó justo en el agua y todos gritamos ¡GOOOOOLLL!. La torta de barro obligó al chico a vaciar el contenido del balde y empezar de nuevo la tarea.La escena se repitió tres o cuatro veces más hasta que nos llamaron a tomar la leche y nos fuimos todos abajo. Vimos los tres chiflados y después nos fuimos a jugar a la pelota hasta la hora de cenar. La vida era simple.
Pasaron los días y una mañana de domingo mi vieja me mandó a comprar pescado para la comida. Iba saliendo de la pescadería y un muchacho me cerró un ojo de una trompada que me hizo perder el equilibrio y parte del vuelto del mandado. Cuando volví a hacer foco, un flaco de mas o menos doce o trece años me miraba con los puños cerrados y un gesto duro. Atrás de él, estaba el pibe de los baldes de agua. "¡Pará! ¡Él no fue! Estaba con los otros pero él no fue, fue el de rulitos." le dijo el pibe al muchacho de doce que no me dejaba pasar. Me agaché despació a juntar el vuelto mientras trataba de anudar el por qué de semejante trompada por una estupidez que recordábamos muy lejana y poco importante. "¡Cagón!¡Asesinos de mierda!¡Cagones y asesinos!" dijo a los gritos y se fue mirándome con odio o resentimiento...o creo que fue lástima también al verme tan patético. El más chico de los dos pibes, el de los baldes, me miró con cara de "¿Qué que rés que le haga?".
Me fui a casa y en el camino me fui convenciendo que me merecía una piña y que ahí terminaba todo, unas bolitas por una piña era un negocio justo me pareció. A pesar del golpe, lo que me sonaba a demasiado era la palabra "asesinos". Era muy fuerte para un puñado de chicos entre nueve y doce años. La respuesta vino unas semanas después.
El chico que llenaba baldes, era el tercero de cinco hermanos de una familia de la Villa Pulmón como la llamábamos entonces. El que me pegó era su hermano inmediatamente mayor de doce y el mayor de todos tenía quince y trabajaba todo el día en una carpintería del barrio. También tenían dos hermanitos menores de menos de un año. Ambos sufrían de catarros constantes y diarreas dada la precariedad en la que vivían. Constantemente necesitaban estar hidratados y bajar la eventual fiebre con baños fríos ya que la medicación antifebril era un lujo para ellos. Esa tarde que lo bombardeamos, sus hermanitos estaban convulsionando de fiebre y necesitaba el agua rápido. Estaba realmente cansado y su mamá contaba con su ayuda en forma urgente. Ahí se topó con nuestra estupidez y demoró más de lo debido en llegar con el agua y cuando por fin lo hizo, se encontró con un cuadro devastador, ambos hermanitos estaban muertos y su mamá en medio de un ataque de nervios. Le gritó de todo lo que puede ocurrírsele a una madre que busca un culpable de la muerte de sus dos hijos más chicos e indefensos, no reparó en adjetivos y le tiró el agua encima gritándole  de todo. El chico salió corriendo con más indignación que dolor y se chocó con su hermano que fue el único que creyó su historia. Cuando pasó el dolor y solo quedó la rabia y el rencor se pusieron a buscar a Oscarcito o a cualquiera de nosotros para cobrar aunque sea una parte de la deuda de dolor.
Esto pasó mas o menos para esta época pre navideña hace treinta y siete años, me la contó un primo que hacía reparto de soda en la villa y supo de los hermanos muertos de fiebre.
Es la primera vez que puedo poner esta historia en palabras. No se la conté a nadie nunca. Fue la palabra asesino, la que me devolvió un espejo roto de lo que somos capaces de hacer con nuestra temprana idiotez. No sé si agarraron a Oscarcito, ni a Diego, ni a Guille. Supe que unos meses después la villa fue desmantelada y a la gente la trasladaron e otros pueblos de los alrededores. Allanaron el terreno y hoy se levanta ahí una basílica, quizas la más importante de la ciudad. En algun lugar del terreno están sepultados los dos hermanitos muertos , en algun lugar de esa geografía está sepultada nuestra inocencia precozmente arrebatada en el verano del 78.