Se miraron a los ojos largamente como
sólo los caballeros de palabra se miran.
En sus miradas los deseos y el corazón
hacían palidecer al infinito horizonte de la conquista plantándolo
todo en el fértil terreno de lo posible.
El único terreno que se ponía dificil
era el económico. Era casi imposible zanjar esa diferencia de
opinion acerca del tema. La vereda de enfrente no constituía nunca
una alternativa valida para estos grandes caballeros que una vez más
se daban cita en el campo de las batallas hombre a hombre.
Entonces sucedió. El casi imposible e
inviable pacto terminó por poner a prueba la resistencia menor que
se interponía entre ellos. La cuestión se redujo a la confianza y
el poder de la palabra, un acto más de fe a lo que estos caballeros
ya se habían acostumbrado a fuerza de las adversidades que sufrían
en cada encuentro. Acordaron una suerte de pausa hasta lograr reunir
los pertrechos necesarios y las divisas suficientes para enfrentar la
batalla cuerpo a cuerpo con éxito.
Sellaron el trato con un fuerte y
prolongado apretón de manos durante el cual sostuvieron sus miradas
con brillos de emoción y expectativa por el futuro encuentro.
Se separaron y Daniel se fue por calle
Belgrano hasta la casa de su amigo Pablo mientras que Anaconda el
travesti, se quedó en la esquina mirando hacia San Martín por si
venía la policía.