lunes, 11 de agosto de 2014

Día 73 - Palabras que curan

Cuando era un niño, la calle de mi casa era de carbonillas, una solución barata para paliar la ausencia del progreso del pavimento. Había chicos de mi edad, que jugaban a la pelota descalzos y corrían como si tuviesen botines sacachispas, esos de los tapones cuadrados. A mí, caminar en patas me producía una sensación similar a caminar sobre las brasas. Un día de tantos andaba en mi pesada bici de caño, cuando le erré al pedal y me fuí al piso raspándome la rodilla mal. Parecía que me había pasado una hoja de lija gruesa. Don Perico me juntó literalmente del piso y me llevó a casa como pudo. Yo lloraba como un chancho en el matadero. En casa estaba mi papá solo, trabajando en la carpintería. Cuando me vio, le dio gracias a don Perico y entró la bici y me dijo que vaya al baño. Se lavó las manos en la pileta del lavadero y me gritó que me vaya lavando la cara y las manos con el jabón blanco. Un poco más calmado, veo a mi papá que se acercó con una toalla y una esponja. "Tranquilo" me dijo, "vamos a limpiar la lastimadura" y muy pacientemente sacó la carbonilla de la rodilla y limpió prolijamente la herida. Yo trataba de hacerme el fuerte pero me seguía doliendo. Cuando ya estaba limpio del todo, mi viejo sacó un frasquito naranja del botiquín.
"Esto es merthiolate" me dijo, y lo agitó y sacó la tapita que tenía adherida una especie de rejillita rectangular . "Cuando te lo ponga en la rodilla, contá hasta diez y soplá fuerte si te arde" me dijo y empezó a pintarme el raspón. Parecía que me ponían brasas, creí que me desmayaba, y como pude conté mentalmente y al llegar a ocho soplé como un condenado mientras me brotaban lágrimas como la Fontana di Trevi. Ahí fue que mi viejo dijo algo épico: "Si te arde mucho, es porque te estás curando."
Yo tenía por ese entonces no más de cinco años. Esas nueve palabras me acompañaron toda la vida como un mantra y me enseñaron que para lograr el bienestar hay que sufrir.
Me hubiera gustado que  Daniel, un amigo mío hubiese tenido la suerte de recibir esta misma enseñanza cuando lo agarró el travesti Anaconda.