En una época trabajaba en Alvear en una autopartista cerca
de donde vivía en ese entonces. Para llegar tomaba todos los días a las 7:30 el
micro interurbano. Por coincidencia de horarios, siempre llegábamos a un
semáforo junto con autos que llevaban a los niños a la escuela y a los padres a
sus trabajos. Desde la altura de la ventanilla, se podía ver parcialmente a los
conductores y acompañantes de los autos vecinos. Siempre esperaba al Toyota
Corolla color champagne. ¿El motivo? La conductora tenía unas piernas de
infierno. El único problema que había era que a veces llevaba a una niña de
aproximadamente 8 o 9 años a la escuela. Un día me encontró la mirada de la
niña in fraganti cuando miraba las piernas de su madre. Pensé que me iba a
delatar pero en lugar de eso me saludó. Le devolví el saludo y cuando el micro
arrancó le saqué la lengua. Al otro día lo primero que hizo esta niña fue
devolverme la burla, a lo que puse cara de enojo, y luego la saludé con la
mano. Así transcurrían las mañanas. Durante el invierno dibujábamos los vidrios
con animalitos imaginarios. Yo a veces escribía unas zetas dentro de un globito
de dialogo como si estuviera durmiendo, gracia que ella festejaba. Llegada la
primavera y un día previo a mi traslado a la planta de Rosario, le había
dibujado en una cartulina una cara triste que decía "chau" a modo de despedida. Llegó el colectivo junto
con el Toyota al semáforo y sin mediar gesto le puse el dibujo contra la
ventanilla. Cuando lo bajo para ver su cara, me encuentro con una mirada mucho
más triste que mi dibujo. En uno de los ojos rodaba una lágrima y me sentí mal.
Pensé que había alimentado demasiado el vínculo y que era muy precipitado para
una niña de 8 o 9 años esa despedida casi poética de nuestra semi amistad. Pero
había algo más en su mirada que no alcanzaba a entender. Levanto las cejas como
preguntando si algo andaba mal. Terrible fue la respuesta casi imperceptible
con los ojos de la niña señalando al conductor. Para mi sorpresa, en lugar de
las largas piernas de la madre (o de quien yo suponía que era la madre) había
un pantalón masculino. Intenté pensar que la niña se encontraba en un proceso
de separación, que la madre la llevaba a veces y otras veces la llevaba el
padre con quien no se sentía a gusto. También pensé que se había mandado alguna
macana y que el padre la había retado fuerte. No entendía bien que pasaba pero
algo no andaba bien. La respuesta vino como una bomba a mi cabeza, cuando bajo
la vista y veo la mano del conductor cerca de la vulva de la niña se me puso
todo rojo. Los pensamientos venían de a montones, quise gritarle al hijo de
puta, quise que desaparezca el micro para poder salvar a la niña, no entendía
por qué yo solo veía esto, cómo nadie más se percataba de ese hecho. Todo
estaba en rojo, menos el semáforo que se llevó el auto, la niña y todas sus
pesadillas y me dejó clavado en un lugar del tiempo del que me cuesta salir.
Todavía me despierto con los ojos tristes de la niña alejándose por la calle en
un Toyota, mezclándose entre otros autos.