viernes, 3 de octubre de 2014

Día 45 - Una niña, un Toyota...


En una época trabajaba en Alvear en una autopartista cerca de donde vivía en ese entonces. Para llegar tomaba todos los días a las 7:30 el micro interurbano. Por coincidencia de horarios, siempre llegábamos a un semáforo junto con autos que llevaban a los niños a la escuela y a los padres a sus trabajos. Desde la altura de la ventanilla, se podía ver parcialmente a los conductores y acompañantes de los autos vecinos. Siempre esperaba al Toyota Corolla color champagne. ¿El motivo? La conductora tenía unas piernas de infierno. El único problema que había era que a veces llevaba a una niña de aproximadamente 8 o 9 años a la escuela. Un día me encontró la mirada de la niña in fraganti cuando miraba las piernas de su madre. Pensé que me iba a delatar pero en lugar de eso me saludó. Le devolví el saludo y cuando el micro arrancó le saqué la lengua. Al otro día lo primero que hizo esta niña fue devolverme la burla, a lo que puse cara de enojo, y luego la saludé con la mano. Así transcurrían las mañanas. Durante el invierno dibujábamos los vidrios con animalitos imaginarios. Yo a veces escribía unas zetas dentro de un globito de dialogo como si estuviera durmiendo, gracia que ella festejaba. Llegada la primavera y un día previo a mi traslado a la planta de Rosario, le había dibujado en una cartulina una cara triste que decía "chau"  a modo de despedida. Llegó el colectivo junto con el Toyota al semáforo y sin mediar gesto le puse el dibujo contra la ventanilla. Cuando lo bajo para ver su cara, me encuentro con una mirada mucho más triste que mi dibujo. En uno de los ojos rodaba una lágrima y me sentí mal. Pensé que había alimentado demasiado el vínculo y que era muy precipitado para una niña de 8 o 9 años esa despedida casi poética de nuestra semi amistad. Pero había algo más en su mirada que no alcanzaba a entender. Levanto las cejas como preguntando si algo andaba mal. Terrible fue la respuesta casi imperceptible con los ojos de la niña señalando al conductor. Para mi sorpresa, en lugar de las largas piernas de la madre (o de quien yo suponía que era la madre) había un pantalón masculino. Intenté pensar que la niña se encontraba en un proceso de separación, que la madre la llevaba a veces y otras veces la llevaba el padre con quien no se sentía a gusto. También pensé que se había mandado alguna macana y que el padre la había retado fuerte. No entendía bien que pasaba pero algo no andaba bien. La respuesta vino como una bomba a mi cabeza, cuando bajo la vista y veo la mano del conductor cerca de la vulva de la niña se me puso todo rojo. Los pensamientos venían de a montones, quise gritarle al hijo de puta, quise que desaparezca el micro para poder salvar a la niña, no entendía por qué yo solo veía esto, cómo nadie más se percataba de ese hecho. Todo estaba en rojo, menos el semáforo que se llevó el auto, la niña y todas sus pesadillas y me dejó clavado en un lugar del tiempo del que me cuesta salir. Todavía me despierto con los ojos tristes de la niña alejándose por la calle en un Toyota, mezclándose entre otros autos.