jueves, 16 de octubre de 2014

Día 36 - Dos palomas


Me miraba con asco. No hacía otra cosa que reprochar fuertemente y sin fundamentos mi actitud infantil. Intenté conciliarla, le dije que había cosas que escapaban de mi control pero que eso no me convertía justamente en ese ogro que ella gritaba a los cuatro vientos para que el mundo me condene. Le señalé las dos palomas, le conté que la naturaleza tiene sus reglas, que ellas eran libres de ir adonde se les ocurra y que me parecía opresivo pensarse el dueño de la verdad y de los actos ajenos. Nada. Ella seguía firme, juzgando, condenando, ejecutando la sentencia dictada por las leyes urbanas que tantas veces trasgredimos cuando fuimos jóvenes y rebeldes. Volví a insistir con las palomas, le mostré una vez más lo inocente de sus actos y de la plenitud que yo veía en ellas, que se me antojaron por un momento como un cuadro de Paul Cezanne, escapando a las reglas de lo establecido, desafiando los órdenes, libres con todas las letras. Ofuscada me miró con un fuerte desprecio, me aniquiló con su mirada y arrebatándome el calzoncillo de la mano le pasó un pan de jabón con violencia y lo dejó en un balde al sol.

Tengo que aflojarle al Fernet.

Día 37 - Cinco minutos


Con Javi, Gabriel y Antonio, compartimos más que la etapa de estudiantes de pedagogía teatral. Javi venía de Formosa, Gabriel buscaba nuevos horizontes dentro de su pequeño pueblo santafesino y Antonio, el más grande de los cuatro venía de Morón escapando de una escandalosa separación con denuncia y restricción incluida. Estábamos haciendo sobremesa en el departamento de Antonio. Nuestras mujeres, la de Javi, la de Gabriel y la mía, estaban en la terraza hablando de bueyes perdidos, los niños (mi hija mas grande, los dos de Gabriel y el de Javi) jugaban en el frente. Cada tanto venían a joderlo a Antonio para que les haga títeres. El tipo tenía cursado un par de años con Sarah Bianchi, una titiritera de puta madre, y con cualquier cosa que encontraba te armaba una historia. Una vez, con un tirabuzón y un par de corchos, les representó "crimen y castigo" de Dostoievski y los pendejos quedaron fascinados. Antonio era lo que cualquier grupo de padres necesitaba para que sus hijos quedaran en buenas manos. No era que sólo los entretenía, sino que los hacía pensar y les hacía conocer los grandes de la literatura de la mejor manera, jugando. En una reunión de esas donde sobra el tiempo y el alcohol, nos pusimos a ver qué podíamos hacer cuando nos recibamos de docentes teatrales, que proyecto podríamos encarar para sacarle plata al estado o como explotar a pendejas aspirantes a docentes mientras nosotros hacíamos las veces de directores o algo jerárquico. El que más futuro tenía era Antonio, ya tenía experiencia y sobre todo mucha paciencia. "Boludo, vos Antonio, si te ponés una escuelita de teatro para pendejos, a la plata la juntás con pala. O te armás un jardín de infantes o un proyecto que tenga que ver con los títeres, o algo. Con un título nacional no te para nadie" lo animamos, total de última nosotros teníamos las vidas mas o menos encaminadas y nuestras mujeres no iban a permitir demasiado volantazo a esta altura del partido. “Ojalá muchachos, pero tengo un pasado complicado que me va a jugar en contra" nos dijo serio. Es cierto, se había comido unos meses adentro y la mujer se la tenía jurada con querellas y denuncias, que pensamos hasta ese momento que eran despechos de una mina abandonada. "Si supieran algunas cosas de mi pasado no me dejarían ni acercar a sus pibes" sentenció Antonio y terminando la cerveza se fue al baño pidiendo permiso. A la pasadita le acarició la cabeza a mi hija y un escalofrío me corrió por la espalda. ¿Qué era lo que hacía potencialmente tan peligroso a Antonio para con los chicos? ¿Por qué nos dijo eso? ¿Por qué la mujer de Antonio, cada vez que atendíamos el teléfono de su departamento nos llenaba las bolas de que tengamos cuidado, que el tipo era peligroso, que había que tener cuidado y no sé cuantas cosas más? Los cinco minutos que tardó Antonio en el baño, fueron suficientes para que nuestra cabeza mutara horriblemente cambiando la imagen afable y bonachona de Antonio, en una espantosa versión de un tipo abusador, denunciado y procesado y totalmente irrecuperable. Javi permaneció en silencio, marcó algo en el celular y hablando inaudible agarró a su hijo y saludó con la cabeza. Curiosamente la mujer también estaba hablando por el celular pero con cara de desconcierto. Algo se terminaba de romper en ese momento. Nos miramos con Gabriel y ahí nos cuestionamos que tan abierta teníamos la cabeza, y con tristeza comprobamos que nuestros prejuicios fueron más fuertes y empezamos a preparar las cosas para irnos de ese lugar que siempre había servido para soñar y cambiar el mundo.

Dejamos de vernos, los cuatro, esa fue la última tarde.

Años después, un conocido de Antonio nos comentó que el turbio pasado se resumía a un par de estafas con celulares robados y un contrabando de zapatillas truchas que fue descubierto y por eso estuvo guardado.

Ya era tarde para volver atrás, la inocencia, así como se había ido, no regresaría nunca más.