Luisina estaba
frente a la puerta de una casa. La dirección estaba apuntada en un
papel escrita a mano. No podía estar equivocada, sin embargo estaba
en las antípodas de algo parecido a la verdad.
Dentro de la casa
estaba Angélica, una mujer de 73 años que guardaba un secreto bajo
siete llaves. Vivía sola y su vida había encontrado un triste
equilibrio que le daba tranquilidad a la vida que le quedaba.
Luisina era hija de
un donante anónimo. Después de muchas averiguaciones poco
oficiales, logró dar con la casa de su padre biológico. Quería
conocerlo. Su corazón estaba literalmente saltando fuera de su
pecho.
Tocó timbre y fue
recibida por Angélica. Le explicó a quién estaba buscando y el
motivo de su visita. Angélica se quebró en un llanto y le cerró la
puerta sin mayores explicaciones.
De un lado y del
otro de la pesada puerta, se encontraban dos mujeres cargadas de
dudas y secretos. Angélica no paraba de llorar abrazada a un pequeño
portarretratos y Luisina no paraba de pedir disculpas por lo violento
de la presentación. “¡Estoy embarazada!” le gritó desde afuera
como un último e inútil esfuerzo que hace alguien que cae al vacío.
Los llantos de la anciana cesaron y la puerta hizo el clásico
sonido de la cerradura que se destraba. En silencio y despacio,
Luisina abrió la puerta para ver que el living estaba vacío. Entró
mirando con dificultad en a penumbra y sus pasos torpes tropezaron
con algo en el piso. Era el portarretratos que abrazaba un rato atrás
Angélica. La oscuridad no le permitía distinguir quienes estaban en
la foto.
“Abel murió hace
tres años” dijo Angélica desde su silla. Luisina entró hasta el
comedor y encontró a la anciana desencajada . Estaba frente a una
botella de anís con dos vasitos. “Abel era mi vida, nunca se
separó de mí. Desde que el padre nos abandonó el se ocupó de casi
todo. Era un chico especial. A veces Diós es injusto y se lleva a la
gente equivocada. Supo que no iba a vivir muchos años, pero me dijo
que su máximo deseo en la vida era ser papá. Me dejó en blanco. Ya
cercano su final lo llevé al centro de donantes y dejó una muestra
de esperma bajo un archivo clasificado, no sé cómo pudo averiguarlo
usted, pero como sea, quiero que sepa que Abel era un chico
extraordinario y se hubiera puesto felíz de conocerla y de saber que
podría llegar a ser abuelo.”
Luisina, consternada
por la situación, no sabía como acercarse a la anciana. Tomó
fuerzas y miró el portarretratos. Su cara se deformó en una trágica
mueca. Retrocedió hasta la puerta respirando con dificultad y
agarrandosé el pecho miró por última vez a la mujer que le dedicó
una triste media sonrisa. Ganó la calle y cerró con estruendo la
puerta dejando caer la foto en la que se encontraba Angélica y un
chico de aproximadamente 20 años con síndrome de down.
Tres años atrás,
Angélica llevaba a Abel al centro de donantes por vigésima vez,
para ser rechazada sin escrúpulos por la secretaria que argumentaba
que Abel no estaba capacitado para tomar una decisión como la de
donar esperma, aunque en el fondo el prejuicio ganaba el partido por
goleada. Luego de reiteradas charlas, y exponiendo lo breve de su
vida, le concedieron hacer la donación de esperma que sería
clasificada y archivada para satisfacer la última voluntad de Abel.
Angélica no paró de agradecerle a los médicos y personal del
centro por la atención y la deferencia para con su hijo. Abel murió
en paz un tiempo después.
La muestra fue
desechada y cambiada por otra casi de inmediato, nadie iba a
detenerse a chequear nada en esas circunstancias. Sólo el médico
que asistió e intercambió su esperma en lugar de la de Abel en el
archivo,lo sabía y nunca lo revelaría nadie más.
Dos años después,
la hija de un médico, decide inseminarse a espaldas de la familia y
asiste al banco de esperma en el que trabaja su padre.
Es raro como las
mismas mentiras piadosas llevan alegrías momentáneas a unos y sacan
lo peor de nosotros. Creo que es como una reacción en cadena, a
veces los silencios y las culpas suelen construir castillos de
naipes, donde todos tienen que estar en perfecta armonía. Una verdad
fuera de lugar, un dato revelador fuera de tiempo o un desencuentro,
terminan con nuestra vida para siempre.
Seguimos respirando,
pero ya no es vida