lunes, 11 de julio de 2016

Castillos de naipes y mentiras.


Luisina estaba frente a la puerta de una casa. La dirección estaba apuntada en un papel escrita a mano. No podía estar equivocada, sin embargo estaba en las antípodas de algo parecido a la verdad.
Dentro de la casa estaba Angélica, una mujer de 73 años que guardaba un secreto bajo siete llaves. Vivía sola y su vida había encontrado un triste equilibrio que le daba tranquilidad a la vida que le quedaba.
Luisina era hija de un donante anónimo. Después de muchas averiguaciones poco oficiales, logró dar con la casa de su padre biológico. Quería conocerlo. Su corazón estaba literalmente saltando fuera de su pecho.
Tocó timbre y fue recibida por Angélica. Le explicó a quién estaba buscando y el motivo de su visita. Angélica se quebró en un llanto y le cerró la puerta sin mayores explicaciones.
De un lado y del otro de la pesada puerta, se encontraban dos mujeres cargadas de dudas y secretos. Angélica no paraba de llorar abrazada a un pequeño portarretratos y Luisina no paraba de pedir disculpas por lo violento de la presentación. “¡Estoy embarazada!” le gritó desde afuera como un último e inútil esfuerzo que hace alguien que cae al vacío. Los llantos de la anciana cesaron y la puerta hizo el clásico sonido de la cerradura que se destraba. En silencio y despacio, Luisina abrió la puerta para ver que el living estaba vacío. Entró mirando con dificultad en a penumbra y sus pasos torpes tropezaron con algo en el piso. Era el portarretratos que abrazaba un rato atrás Angélica. La oscuridad no le permitía distinguir quienes estaban en la foto.
“Abel murió hace tres años” dijo Angélica desde su silla. Luisina entró hasta el comedor y encontró a la anciana desencajada . Estaba frente a una botella de anís con dos vasitos. “Abel era mi vida, nunca se separó de mí. Desde que el padre nos abandonó el se ocupó de casi todo. Era un chico especial. A veces Diós es injusto y se lleva a la gente equivocada. Supo que no iba a vivir muchos años, pero me dijo que su máximo deseo en la vida era ser papá. Me dejó en blanco. Ya cercano su final lo llevé al centro de donantes y dejó una muestra de esperma bajo un archivo clasificado, no sé cómo pudo averiguarlo usted, pero como sea, quiero que sepa que Abel era un chico extraordinario y se hubiera puesto felíz de conocerla y de saber que podría llegar a ser abuelo.”
Luisina, consternada por la situación, no sabía como acercarse a la anciana. Tomó fuerzas y miró el portarretratos. Su cara se deformó en una trágica mueca. Retrocedió hasta la puerta respirando con dificultad y agarrandosé el pecho miró por última vez a la mujer que le dedicó una triste media sonrisa. Ganó la calle y cerró con estruendo la puerta dejando caer la foto en la que se encontraba Angélica y un chico de aproximadamente 20 años con síndrome de down.

Tres años atrás, Angélica llevaba a Abel al centro de donantes por vigésima vez, para ser rechazada sin escrúpulos por la secretaria que argumentaba que Abel no estaba capacitado para tomar una decisión como la de donar esperma, aunque en el fondo el prejuicio ganaba el partido por goleada. Luego de reiteradas charlas, y exponiendo lo breve de su vida, le concedieron hacer la donación de esperma que sería clasificada y archivada para satisfacer la última voluntad de Abel. Angélica no paró de agradecerle a los médicos y personal del centro por la atención y la deferencia para con su hijo. Abel murió en paz un tiempo después.
La muestra fue desechada y cambiada por otra casi de inmediato, nadie iba a detenerse a chequear nada en esas circunstancias. Sólo el médico que asistió e intercambió su esperma en lugar de la de Abel en el archivo,lo sabía y nunca lo revelaría nadie más.
Dos años después, la hija de un médico, decide inseminarse a espaldas de la familia y asiste al banco de esperma en el que trabaja su padre.

Es raro como las mismas mentiras piadosas llevan alegrías momentáneas a unos y sacan lo peor de nosotros. Creo que es como una reacción en cadena, a veces los silencios y las culpas suelen construir castillos de naipes, donde todos tienen que estar en perfecta armonía. Una verdad fuera de lugar, un dato revelador fuera de tiempo o un desencuentro, terminan con nuestra vida para siempre.
Seguimos respirando, pero ya no es vida