lunes, 19 de diciembre de 2016

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Cuando se disipó lo rojo, lo tuvo claro, era libre.
El regreso a casa fue bastante trabado. Las organizaciones sociales y los automovilistas que no transitaban fácilmente, pusieron el caos en la calle. El verano encendía la mecha en cada grado, en cada esquina. El aire acondicionado descompuesto y las noticias de la radio no consolaban al pediatra que había perdido un paciente tras séis horas de trabajo ganándose el odio de los familiares y un despido moderador. Su cabeza iba a un ritmo diferente del de los demás, sólo quería llegar a su casa y desconectarse de todo, de todos.
Tras dos horas de infierno, abrió la puerta de casa y su mujer lo recibió con un reclamo “¿Pasaste a buscar el postre a la panadería del sueco?”. El silencio y su cara de desasosiego fueron la respuesta que terminó por detonar la situación. “Siempre lo mismo con vos. ¡Nunca se te puede pedir nada!”. El pediatra siguió a su mujer hasta la cocina mientras ella aumentaba el volumen y la potencia de sus reclamos. “Sabías que esta noche venían mis padres. Te dije mil veces lo importante que es para mi recibirlos como se merecen, pero vos seguís encerrado en tu metro cuadrado que es tu trabajo. Trabajo que por otro lado no tendrías si no fuera por MI papá,¿entendés? Porque él se jugó por vos para que dejés el sanatorio de mierda de tu amigo y vayás a trabajar al centro. Porque no se si te acordás quién te salió de garantía del préstamo cuando eras un muerto de hambre y querías terminar tus estudios. Y ahora el señor no puede dignarse a traer un Tiramisú del centro porque es un PRO FE SIO NAL. ¡Por que no te dejás de joder un poco! ¡Negro de mierda!”
Todo se puso rojo.
Fueron ciento catorce puñaladas.
Los sentidos le advirtieron.
El olfato le recordó el olor agrio del gasoil y la transpiración cuando peleaba por un dinero y saldar el préstamo que le consiguió su suegro con un usurero conocido suyo.
El gusto se le volvió amargo como el sabor de haber tenido en sus manos un niño de tres años con un cuadro infeccioso avanzado y lesiones provenientes de un tremendo castigo agravado por falta de nutrición.
El tacto desapareció, la fiebre le quitó toda sensibilidad a la piel como si esta fuera una cubierta plástica que revestía los órganos.
El oído emitió un agudo zumbido como las bombas al caer en la segunda guerra.
La vista tiñó todo de rojo.
En cada puñalada recordaba el abandono de su padre, el alcoholismo de su madre, los desprecios de sus compañeros de facultad, los horribles curriculums rotos e incompletos, las miradas y falsas promesas de crecimiento laboral, los constantes cambios de domicilio ocultando su verdadero origen, la insolencia del poder, el agobio perpetuo de su mujer, toda esa lista fue enumerada mental e inconscientemente.
El había estudiado mucho, noche y día para que nunca más le diga nadie “negro de mierda”.
Las rejas fueron la libertad condicional.
Su vida , una prisión.
La ira, el camino de regreso.
El cuchillo de cocina, la llave.
Un día dijo basta y cruzó la puerta.