Don Osorio se
levantó de la ronda de mate pálido, unas gotas de transpiración y
un gesto duro se le dibujaron en el rostro. Caminó agarrándose de
la pared arrastrando pesadamente su cuerpo por el pasillo que se le
había vuelto interminable. Tanteando el lo oscuro, alcanzó la tecla
de la luz del baño y cerró tras de sí la puerta con dos vueltas
de llave.
Torpemente se sacó
toda la ropa de arriba de un tirón y la tiró contra la puerta
mientras se desabrochaba el cinturón para luego dejarse caer sobre
el inodoro. Su mente se puso en blanco, los azulejos esmaltados se
quedaron sin límites y el cuerpo le hervía.
Tomó aire y
pronunció una letra “m” que se prolongó todo el tiempo que duró
la contención del aire en sus pulmones para liberarse en un brusco
resoplido.
Volvió a inhalar
ruidosamente para reencontrarse con esa improvisada contracción y
esta vez fue un desgarrador gruñido el que acompañó la acción de
hacer fuerza.
Volvió una vez más
a tomar aire decidido a terminar por fin lo que había empezado.
Para ello se agarró
del lavabo y lo apretó con todas sus fuerzas al tiempo que gritaba
blasfemias a todos lo santos. Un estruendoso ruido coronó el pesar
de Don Osorio que gritaba su desgarramiento rompiéndose la garganta
y parte del lavabo.
Empapado en sudor
frío su cuerpo se aflojó y se desplomó sobre sus muslos
afiebrados.
Tenía taquicardia y
le dolía un costado del abdomen.
Cuando logró
incorporarse, abrió la canilla del lavabo y se mojó la cara y el
pecho.
Alcanzó como pudo
la toalla y se secó el cuello y el cuerpo.
Del bolsillo del
pantalón sacó un atado de cigarrillos hecho un nudo. De los puchos
que le quedaban sanos eligió el mejor y lo encendió. Después de
dos pitadas se levantó y se dio vuelta para ver lo sucedido. La
imagen que tenía ante sus ojos era apocalíptica. Una suerte de
cocodrilo marrón nacía en el fondo del inodoro y se prolongaba y
engrosaba hacia afuera del agua alcanzando casi el borde del mismo.
Mirarlo, ya le producía dolor.
“¡Claro! ¿Cómo
mierda no va a haber putos?” Dijo Don Osorio y tiró la cadena no
menos de cinco veces antes de perder de vista al cocodrilo.
Se vistió, echó
desodorante y volvió a tomar mate, esta vez se mantuvo de pie hasta
el final.