Hace mucho mucho, por los años 70, salía una publicación que
se llamaba Semanario y en un semisubtitulo se leía "Tabloide". Era
una publicación que exhibía casos insólitos como los hijos de la talidomida, el
caso del niño mono, la mujer más flaca del mundo y otros temas tan fascinantes
como inútiles. De todos los títulos, uno me llamó poderosamente la atención:
los ojos sanpaku. Contaba la nota , que los ojos sanpaku son los que presentan
una franja blanca por debajo de la pupila, como si la misma se encontrara
colgando del parpado superior como una piñatita. Decía que las personas que
poseían estos ojos estaban signados por la tragedia, que los esperaba una
muerte pronta e inesperada. Contaba el artículo que Olmedo era uno de ellos.
Obviamente y recontracagado en las patas me fui a ver en el botiquín si tenía
ojos sanpaku. Me puse a hacer caras y miradas que de a ratos parecía que sí,
que era una de esas personas signadas por la marca de los sanpaku y empecé a
imaginar una serie de sucesos trágicos. Me puso muy paranoico esta situación,
que según como miraba podría ser una persona normal o un posible fiambre a
corta edad. Cada auto que se me acercaba era una amenaza, cada vez que subía al
colectivo me imaginaba un choque frontal con un reguero de cadáveres sanpaku en
la calle. Cada vez que iba a comer , esperaba que todos empezaran y luego de 10
minutos me acoplaba a la comida. Trataba de encontrar un sanpaku y saber si
tenía las mismas persecutas que yo. Pensé en los orientales y asumí que eran
muchos porque no podrían ser sanpaku nunca debido al escaso margen que existe
entre los párpados. Así fue que mi vida se volvió un infierno. Ya tenía 12 años
y una úlcera incipiente a causa de este tema.
Grande fue mi sorpresa cuando una mañana de marzo llegando a
la plaza, se escuchó el grito de un hombre de no más de treinta años en una
cornisa de un octavo piso de un edificio céntrico. Me imaginé que era un
sanpaku como yo, que cansado de su incierto destino decidía terminar con su
suerte, paradójicamente de esta manera alimentaba aún más el mito de su
destino. Gritaba y mucho, más de lo que se necesita para llamar la atención.
Ahí entendí que no se iba a tirar, que sólo era una estrategia para atraer la
atención de su mujer que lo había dejado porque él le metió los cuernos con una
vecina de abajo, según contaban los vecinos. Y entonces pasó, se me ocurrió la
desafortunada tarea de mirar alrededor mío y me vi rodeado de mucha gente
curiosa que miraban hacia arriba. Se habían vuelto en forma misteriosa un ejército
de sanpakus.
Salí corriendo y no vi la motito que se me vino encima.