viernes, 10 de octubre de 2014

Día 40 - Sanpaku


Hace mucho mucho, por los años 70, salía una publicación que se llamaba Semanario y en un semisubtitulo se leía "Tabloide". Era una publicación que exhibía casos insólitos como los hijos de la talidomida, el caso del niño mono, la mujer más flaca del mundo y otros temas tan fascinantes como inútiles. De todos los títulos, uno me llamó poderosamente la atención: los ojos sanpaku. Contaba la nota , que los ojos sanpaku son los que presentan una franja blanca por debajo de la pupila, como si la misma se encontrara colgando del parpado superior como una piñatita. Decía que las personas que poseían estos ojos estaban signados por la tragedia, que los esperaba una muerte pronta e inesperada. Contaba el artículo que Olmedo era uno de ellos. Obviamente y recontracagado en las patas me fui a ver en el botiquín si tenía ojos sanpaku. Me puse a hacer caras y miradas que de a ratos parecía que sí, que era una de esas personas signadas por la marca de los sanpaku y empecé a imaginar una serie de sucesos trágicos. Me puso muy paranoico esta situación, que según como miraba podría ser una persona normal o un posible fiambre a corta edad. Cada auto que se me acercaba era una amenaza, cada vez que subía al colectivo me imaginaba un choque frontal con un reguero de cadáveres sanpaku en la calle. Cada vez que iba a comer , esperaba que todos empezaran y luego de 10 minutos me acoplaba a la comida. Trataba de encontrar un sanpaku y saber si tenía las mismas persecutas que yo. Pensé en los orientales y asumí que eran muchos porque no podrían ser sanpaku nunca debido al escaso margen que existe entre los párpados. Así fue que mi vida se volvió un infierno. Ya tenía 12 años y una úlcera incipiente a causa de este tema.

Grande fue mi sorpresa cuando una mañana de marzo llegando a la plaza, se escuchó el grito de un hombre de no más de treinta años en una cornisa de un octavo piso de un edificio céntrico. Me imaginé que era un sanpaku como yo, que cansado de su incierto destino decidía terminar con su suerte, paradójicamente de esta manera alimentaba aún más el mito de su destino. Gritaba y mucho, más de lo que se necesita para llamar la atención. Ahí entendí que no se iba a tirar, que sólo era una estrategia para atraer la atención de su mujer que lo había dejado porque él le metió los cuernos con una vecina de abajo, según contaban los vecinos. Y entonces pasó, se me ocurrió la desafortunada tarea de mirar alrededor mío y me vi rodeado de mucha gente curiosa que miraban hacia arriba. Se habían vuelto en forma misteriosa un ejército de sanpakus.

Salí corriendo y no vi la motito que se me vino encima.