lunes, 24 de agosto de 2015

Lo malo de la perfección

La perfección no existe.
Este slogan nos persigue tal vez para poner el horizonte un poco más allá y fomentar la autosuperación o simplemente lo inventó un estúpido imperfecto para nivelar para abajo.

Una noche de fumata, en una mesa alguien soltó la frase "¡Conseguí la perfección!¡Logré el sorete perfecto!"
Estimado lector, no se apure a cambiar de blog, deme 20 renglones y un par de minutos y va a ver como esta frase marcó mi vida.
Prosigo. La perfección a la que se refería mi compañero de humos, era el resultado de una adecuada dieta a base de verduras, harina de gluten, fruta de estación y algo de almidón de maíz y sobre todo una adecuada posición en el inodoro al momento de defecar. El bolo tendría la consistencia sólida y recubierto de una fina capa de grasa y estar sentado levemente hacia adelante, con la genitalidad en la tabla del inodoro, iba a ser clave para que el sorete perfecto caiga justo tangencialmente a la pared del inodoro y resbale hacia el sifón, casi sin manchar el inodoro, y cuando uno se levantaba a mirar"¡Eureka!" ni rastros de la cagada.
Esta conversación escatológica pasó una madrugada del año 1994 en un departamento estudiantil y se me hizo presente hace exactamente diez años, cuando mi hija menor tenía dos.
Esa mañana de domingo, desde el baño el grito de mi hija Marina me hizo dejar el fuego del asado y salí corriendo a ver qué pasaba. Llevaba conmigo el raid, ya que por lo general era una araña u otro insecto que solían meterse cuando abríamos las ventanas en verano. Agitado llegué al baño y mi hija con cara de pánico me miró y me dijo "¡No está!¡Se fue!". "¿Qué era?¿Una araña?¿Dónde se fue?¿La viste?" la atormenté mientras miraba cada uno de los cuatro rincones del baño. "¡El sorete pa!¡El sorete no está!¡Se fue!" me dijo sollozando. Era la primera vez que veía a mi hija llorar por algo material, y era la primera persona que vi llorar por un sorete. Mré el inodoro un largo rato, estaba inmaculado, sin embargo había olor. "Vamos a limpiar la cola y después vemos que pasó" tranquilicé a mi hija pensando que ella había tenido la sensación de haber cagado pero que había sido un pedo o solo sugestión. Le pasé el papel higiénico y apareció Wilson (ver la película "El naufrago" con Tom Hanks) y ya era un hecho que Marina había cagado....y bien. Ahí recordé el relato de la perfección. Mi hija se estaba alimentando a verduras procesadas, Nestum, juguitos varios y postres Danonino, casi casi la dieta del exito fecal, y dado lo corto de sus piernas, era fácil adivinar que se había sentado al borde logrando inconscientemente la perfección fecal. Le expliqué que ella era una privilegiada, que era la primera persona en lograrlo en este milenio, que ibamos a escribir la fecha en la puerta del baño para recordar lo grande que a veces somos los seres humanos cuando nos proponemos cosas, pero ella quería ver su sorete como si fuese imperiosa una despedida. Empezaban las complicaciones. Mi mujer había salido y volvía al mediodía, lo cual nos daba tres horas exactas para investigar el paradero del sorete perfecto, de paso fotografiarlo para momentos como este, en que estoy refiriéndome a él. Metí una percha de esas berretas de alambre forradas en algo blanco pero no hubo éxito. A veces la búsqueda de la perfección nos vuelve obsesivos y obstinados. Hay muchos casos documentados a lo largo de la historia pero dudo que algún historiador repare en este caso en particular. Busqué la caja de herramientas y aflojé cuidadosamente la base del inodoro. No iba a venir mal que mi hija vea que tengo habilidades para la plomería y refuerce aún más el complejo de Electra que me propuse sembrar en su cabeza en forma inconsciente.Cuando estuvo flojo, lo levanté y vacié el contenido en todo el piso del baño y parte del pasillo que va a las piezas. Por suerte Marina estaba en el bidet sentada expectante. Ningún rastro de la perfección. ¿Tan soberbio había sido el número que pasó directamente al caño del desagüe? Mi hija era redondamente perfecta, pero esto no le bastaba, teniendo la gloria en sus manos ella prefería ver un sorete, SU sorete. Acá podemos detenernos largo a hablar de psicología femenina pero vamos a seguir con lo que estaba pasando que pierdo el hilo. Marina comenzó a llorar y mi mujer iba a regresar en cualquier momento, así que le pedí que amase masilla y así poníamos el inodoro en su lugar y mami iba a estar feliz con nosotros. Medi fue aflojando el bajón y colocamos unos finos choricitos de masilla en la base y empezamos a posicionar el blanco trono. Cuando estábamos logrando la armonía, se pinchó un flexible y empezó el espectáculo de aguas danzantes. El baño estaba hecho un chiquero. Levanté a Marina y corrimos acortar el agua de la calle. Como estábamos nos fuimos en auto a la ferretería a comprar otro flexible. Pagamos y en tiempo record llegamos a casa y lo colocamos. Goteaba un poco pero era la gloria al lado de lo que pasaba media hora antes.Limpiamos todo, echamos desodorante de ambiente y el baño quedó impecable. Prendimos una velita aromática y la adrenalina del momento nos hizo olvidar momentáneamente de la perfección. Fuimos a prender el fuego de nuevo para el asado y minutos después llegó mi mujer. Saludó rápido y fue adentro de casa. Diez segundos despues salió hecha una tromba y me clavó su peor mirada y me dijo "¡Vos sos idiota o que te pasa! ¡Marina está toda cagada el piyama!" Y mirando a Marina la veo feliz. Encontró en la imperfección de su sorete la falicidad perdida.