A veces el carnaval
es una fiesta….a veces no.
Como cada año, los
chicos del barrio esperábamos el carnaval para tirarle globazos de
agua a las chicas. La idea era mojarlas pero guardando siempre la
distancia prudencial que nos salvaba de los cachetazos y las patadas
de las víctimas de nuestra salvajada. También creo que
ejercitábamos este instinto ancestral de cazadores que viene con
nuestra raza. Como cada año, las chicas buscaban refugios
alternativos o se hacían acompañar con sus padres a hacer los
mandados. Este era el caso de Andrea, la rubia linda de la cuadra,
que se hacía acompañar con el padre a modo de granadero y a sus
espaldas nos miraba y se burlaba de nosotros. No era bronca lo que le
teníamos, pero andaba cerca. La historia con el papá de Andrea
venía mal barajada desde el día que pavimentaron la cortada. Ella
andaba en patines con sus amigas del centro y a nosotros no nos
dejaban andar en bicicleta por miedo a que las choquemos. El papá de
Andrea se ponía en la puerta de calle y vigilaba el rebaño
adolescente mirándonos serio y estoico. Alguien, nunca supimos
quién, le escibió con horrible caligrafía “Pascal, dueño de la
calle” y desde entonces nos tuvo en la mira por las dudas.
Volviendo al
carnaval, ese año Andrea estaba en el jardín de su casa mientras
Pascal estaba arreglando una puerta o algo. Cada vez que pasábamos
por la vereda, se hacía la buena hija y le hablaba cosas lindas al
papá y nosotros hervíamos. Era cuestión de esperar el momento, la
paciencia era la clave. En un momento los planetas se alinearon,
Andrea se agachó a juntar quien sabe qué cosa que le llamó la
atención y el padre se fue para adentro dejándola hablando sola.
Era ahora o nunca. Con Marcelo , Diego y Juan Julio nos miramos y en
fracción de segundos decidimos que Marcelo era el que le iba a tirar
el globazo ya que tenía muy buena puntería. Cuando nos acercamos
corriendo, Andrea se levantó y vio que estaba sola, el único
refugio era un tapial bajito y nada más, el globazo era inminente,
de nada le iba a servir gritar, así que se tapó la cara y aguantó
con fuerzas. El globo le pasó a medio milímetro de la cara y entró
en la casa. Tres segundos después se escuchó el bramido de Pascal.
El mundo se detuvo, lo juro. Salió colorado con una garrafita de
llenar sifones Drago en la mano gritando frases que todas terminaban
con “...de mierda”.
En un momento nos
miraba todo colorado esperando la chispa que hiciera la explosión.
“¡Las bolas por el piso me tienen!” nos gritó. Y Marcelo, más
por nervios y miedo que por rebelde le dijo “¡Y córteselas!” .
Una cosa es escribir
esto y otra cosa es haberlo vivido. Todo pasó muy rapido. La
garrafita volando por el aire, nosotros corriendo, los vecinos
asomados, el calor de febrero, todo fue rápido y atropellado. Dimos
la vuelta a la manzana en tiempo record, no sabíamos si nos corría
o no hasta que vimos el Fiat Rojo en la otra punta de la calle. La
casa de Juan Julio estaba justo a mitad de recorrido entre el auto de
Pascal y nosotros. Si corríamos hacia atrás, Pascal nos alcanzaría
irremediablemente, pero si le ganábamos y entrábamos a la casa de
Juan Julio teníamos posibilidades de seguir vivos. El miedo nos
empujó a correr con todo hacia adelante a tiempo que Pascal aceleró
como loco. Fueron segundos que se volvieron horas. No llegábamos
nunca al jardín de Juan Julio, juro que justo cuando le vimos los
ojos a Pascal llegó la puerta salvadora y entramos saltando quién
sabe como tapial, alambrado, pila de escombros hasta llegar al patio
de la casa de Marcelo que estaba justo al lado de lo de Juan Julio.
Sarita, la mamá de Marcelo nos preguntó y le contamos como pudimos
todo. Esa fue la primera vez que vi a Marcelo llorar.
Hoy lo veo como
adulto y creo que Pascal nunca nos habría dañado, es más, su
salida con el Fiat en nuestra dirección fue una coincidencia, si
hubiera querido agarrarnos paraba el auto y nos seguía corriendo a
pie. El miedo y ser chicos , te hace ver todo más tremendo.
Ayer le pedí a
Andrea permiso para contar esta historia. Tremendizo la figura de
Pascal y pongo a Andrea en un lugar de pibita careta, pero ese hecho,
y otros más, me devuelven a la infancia que me hizo tan feliz y que
hoy se vuelve uno de esos recuerdos imborrables.
Para los chicos del
Barrio: Oscarcito,Juanci, Diego, Guille, Marce, Bochy y por supuesto Andrea.
Con cariño sincero
Toti.