martes, 11 de noviembre de 2014

Día 26 - Nace una leyenda


Por el año 45, la familia Pasciullo llegó a la Argentina corrida por las atrocidades de la guerra en Europa. Se instalaron en la zona del Valle de Calamuchita, en una finca que perteneció al doctor Haroldo Vittone, padrino de los hermanos Fernando y Hector Pasciullo. El médico retirado pasaba sus últimos días al calor del sol cordobés hasta que una mañana , cerca de la hora final de sus días, llamó a los hermanos, los miró con la última fuerza, los tomó de las manos y les dio una llave que tenía colgada de su cuello y que nadie nunca había notado. “Ahí está el futuro....en el galpón” Dijo don Haroldo y un hondo ronquido terminó con sus días. Cerca de 5 años tardaron los hermanos en entender el mensaje de su padrino, hasta que una tarde de otoño se animaron y juntos abrieron la pesada puerta de madera. Un fuerte olor a alcanfor y amoníaco salió como en una espesa nube casi desmayando a los Pasciullo. Cuando se disipó la nube , el espectaculo que se abrió frente a ellos era demoledor. Un complejo alambique , varios matraces con medidas, un centenar de frascos marrones y una enorme de olla de acero inoxidable componían este bizarro laboratorio. Sobe una mesa había un cuaderno de notas. Allí explicaba detalladamente la fórmula para adulterar el bisolvón y la paratropina. También había un grueso libro de contabilidad y descubrieron lo inevitable, el padrino Haroldo se ganaba la vida ilegalmente falsificando y comercializando medicina. Los hermanos accionaron un mecanismo parecido a una enorme cuerda de juguete y el alambique comenzó a moverse con un chirrido insoportable. Líquidos espesos comenzaron a circular por las mangueras corrugadas y unos fuelles se hinchaban y descomprimían rítmicamente como un destartalado corazón. El alambique bufó y un liquido color ciruela llenó un matraz. Los hermanos se miraron desconcertados. Tomaron el jarabe y lo probaron con la punta del dedo y se lo llevaron a la boca. Tenía un fuerte gusto a remedio y yuyos, sin embargo los hizo eructar fuertemente y les produjo enorme cantidad de gases que les alivió los incipientes dolores de cabeza y estómago producidos por la inhalación de los vapores al entrar al galpón. La fórmula daba resultados pero con ese gusto horrible no se lo iban a vender a nadie. Se les ocurrió entonces mezclar en una proporción de 1 parte de la medicina en 4 partes de té de cedrón con mucha miel. Lo probaron y esta vez los resultados fueron óptimos. No tenía la fuerza curativa de la medicina original, pero habían mejorado notablemente el sabor. Decidieron ponerle al brebaje una sintesis de los nombres de los hermanos: Fer-Hec. Dada la mala caligrafía de Héctor, la H se confundía fácilmente con una N y la C con una t minúscula, dando por resultado hermosas etiquetas que lucían el texto “FER-NEt”. Como homenaje al padrino Haroldo pensaron ponerle su apellido “Vittone” pero les pareció un despropósito ya que la fórmula original habría fracasado, así que después de largas discusiones, lo llamaron “FER-NEt El Robot” en merecido homenaje al alambique mecánico que hizo más que su padrino por la empresa y que era en definitiva el tercer socio.
La bebida resultó un estrepitoso fracaso. Los hermanos ya promediaban los 70 años y no levantaban cabeza con el emprendimiento. Así que aprovechándose de la crisis del 65, decidieron venderle la empresa a los recién llegados a la Argentina los hermanos Branca, dos boticarios retirados quienes adquirieron la finca y las instalaciones a los Pasciullo dejándoles un dinero suficiente como para poner una fonda de mala muerte en Tanti. Como acto de despecho, los Pasciullo les ocultaron el secreto del horrible sabor del brebaje, a cambio les dejaron utilizar el nombre de fantasía Fernet, total no los implicaba en absoluto. Los Branca embotellaron el brebaje pero le quitaron el nombre “El Robot” ya que le quitaba mercado y sólo lo bautizaron con su apellido.
El resto de la historia, querido lector, ya se la sabe,
¡Salud!