Por el año 45, la familia Pasciullo
llegó a la Argentina corrida por las atrocidades de la guerra en
Europa. Se instalaron en la zona del Valle de Calamuchita, en una
finca que perteneció al doctor Haroldo Vittone, padrino de los
hermanos Fernando y Hector Pasciullo. El médico retirado pasaba sus
últimos días al calor del sol cordobés hasta que una mañana ,
cerca de la hora final de sus días, llamó a los hermanos, los miró
con la última fuerza, los tomó de las manos y les dio una llave
que tenía colgada de su cuello y que nadie nunca había notado. “Ahí
está el futuro....en el galpón” Dijo don Haroldo y un hondo
ronquido terminó con sus días. Cerca de 5 años tardaron los
hermanos en entender el mensaje de su padrino, hasta que una tarde de
otoño se animaron y juntos abrieron la pesada puerta de madera. Un
fuerte olor a alcanfor y amoníaco salió como en una espesa nube
casi desmayando a los Pasciullo. Cuando se disipó la nube , el
espectaculo que se abrió frente a ellos era demoledor. Un complejo
alambique , varios matraces con medidas, un centenar de frascos
marrones y una enorme de olla de acero inoxidable componían este
bizarro laboratorio. Sobe una mesa había un cuaderno de notas. Allí
explicaba detalladamente la fórmula para adulterar el bisolvón y la
paratropina. También había un grueso libro de contabilidad y
descubrieron lo inevitable, el padrino Haroldo se ganaba la vida
ilegalmente falsificando y comercializando medicina. Los hermanos
accionaron un mecanismo parecido a una enorme cuerda de juguete y el
alambique comenzó a moverse con un chirrido insoportable. Líquidos
espesos comenzaron a circular por las mangueras corrugadas y unos
fuelles se hinchaban y descomprimían rítmicamente como un
destartalado corazón. El alambique bufó y un liquido color ciruela
llenó un matraz. Los hermanos se miraron desconcertados. Tomaron el
jarabe y lo probaron con la punta del dedo y se lo llevaron a la
boca. Tenía un fuerte gusto a remedio y yuyos, sin embargo los hizo
eructar fuertemente y les produjo enorme cantidad de gases que les
alivió los incipientes dolores de cabeza y estómago producidos por
la inhalación de los vapores al entrar al galpón. La fórmula daba
resultados pero con ese gusto horrible no se lo iban a vender a
nadie. Se les ocurrió entonces mezclar en una proporción de 1 parte
de la medicina en 4 partes de té de cedrón con mucha miel. Lo
probaron y esta vez los resultados fueron óptimos. No tenía la
fuerza curativa de la medicina original, pero habían mejorado
notablemente el sabor. Decidieron ponerle al brebaje una sintesis de
los nombres de los hermanos: Fer-Hec. Dada la mala caligrafía de
Héctor, la H se confundía fácilmente con una N y la C con una t
minúscula, dando por resultado hermosas etiquetas que lucían el
texto “FER-NEt”. Como homenaje al padrino Haroldo pensaron
ponerle su apellido “Vittone” pero les pareció un despropósito
ya que la fórmula original habría fracasado, así que después de
largas discusiones, lo llamaron “FER-NEt El Robot” en merecido
homenaje al alambique mecánico que hizo más que su padrino por la
empresa y que era en definitiva el tercer socio.
La bebida resultó un estrepitoso
fracaso. Los hermanos ya promediaban los 70 años y no levantaban
cabeza con el emprendimiento. Así que aprovechándose de la crisis
del 65, decidieron venderle la empresa a los recién llegados a la
Argentina los hermanos Branca, dos boticarios retirados quienes
adquirieron la finca y las instalaciones a los Pasciullo dejándoles
un dinero suficiente como para poner una fonda de mala muerte en
Tanti. Como acto de despecho, los Pasciullo les ocultaron el secreto
del horrible sabor del brebaje, a cambio les dejaron utilizar el
nombre de fantasía Fernet, total no los implicaba en absoluto. Los
Branca embotellaron el brebaje pero le quitaron el nombre “El
Robot” ya que le quitaba mercado y sólo lo bautizaron con su
apellido.
El resto de la historia, querido
lector, ya se la sabe,
¡Salud!