lunes, 28 de diciembre de 2015

Tomando medidas

En los años 90, era muy común tener mascotas exóticas. Las arañas, los reptiles y los axolotes encabezaban las preferencias de los jóvenes. Nunca quedó claro si a los dueños les simpatizaban este tipo de mascotas o era para parecer temerarios y llevarse la atención de sus amigos o conocidos.  María José, una amiga y vecina de edificio, había logrado entrar al país una Piton en estado de recién nacida. La misma medía unos 50 cm cuando llegó a su casa y se alimentaba de pequeños ratones que le vendía el dueño de un supermercado chino que los criaba especialmente para Majo. Se los cobraba relativamente baratos y se los proveía vivo para que la serpiente no pierda su instinto cazador y muera de hambre. La mascota andaba suelta por la casa y era inofensiva, la mayor parte de las veces evitaba las multitudes y se escondía bajo un sofá de dos cuerpos o atrás de la heladera. Unos pocos pudimos verla cuando paseaba de la cocina a la habitación de Majo. Los cuidados que había que tener, eran cerrar las puertas de todo, la del departamento, la de la heladera y la de la cocina respectivamente. También había que cerrar la tapa del inodoro ya que corría el riesgo que la boa se fuera por el desagüe. Carmen, como Majo llamaba a la piton, dormía a los pies de la cama hecha un bollito y se acercaba a los pies de la dueña emitiendo un ronroneo como el de los gatos cuando están relajados.
Los días pasaban, y la alimentación de Carmen se tornó un incordio, ya que el chino del supermercado se negaba a seguir criando ratones en el depósito porque las viejas estaban corriendo la bola que el chino era un mugriento y no iban a comprarle ni lavandina. A los amigos de Majo no les caía en gracia la idea de criarle o cazarle ratones para la serpiente y decidió comprarlos en la veterinaria lo cual le iba a llevar casi todos los ahorros obligándola a hacer horas extras para mantener a Carmen.
Majo terminaba reventada pero estaba feliz con su amiga Carmen quien se mostraba agradecida y empezaba a dormir a lo largo de la cama, tomando casi la misma posición que su dueña.
Esta actitud, a lo largo de los día le llamó la atención a Majo, la piton se estiraba a lo largo de la cama y se contraía en intervalos regulares y de a ratos emitía un hondo quejido como un bostezo prolongado. Majo pensó que Carmen estaba imitando el ritual de acostarse a dormir, estirando y contrayendo el cuerpo bostezando, pero para salir de dudas fue a consultarle al veterinario que a esa altura de los hechos, ya se había hecho amigo y tenía una bicicleta nueva gracias al negocio de los ratones. Le preguntó el veterinario a Majo cuándo comenzó esta conducta y si algo había variado en estos días, si hubo algo que podría haber alterado a Carmen o si había comido algo fuera de la dieta de ratones, pero nada de eso había pasado. Buscando una respuesta que parecía nunca llegar a su cabeza, el veterinario detuvo su respiración para ponerse pálido y mirar con miedo a Majo y preguntarle "¿Cuánto mide Carmen?" . Majo no entendía bien adonde se conectaba la pregunta con la cara del veterinario. "¡Qué se yo! Un metro sesenta y pico, creo.¿Por?" preguntó al borde de la preocupación.
El veterinario al borde del grito le dijo "¡Tarada! ¿Vos no leíste nunca nada acerca de las piton? ¡Te está midiendo! Cada noche te va a medir y el bostezo es para ver si te puede empezar a comer. ¡Boluda, matá a esa serpiente ya o te va a matar ella a vos!"
Majo empezó a temblar imperceptiblemente y se fue corriendo .El veterinario trató de seguirla pero llegó hasta la puerta del edificio pero no pudo llegar más lejos ya que no sabía en que piso y departamento vivía Majo.
Fue una noche larga, Majo nunca salió del edificio y los vecinos denunciaron al veterinario por conducta sospechosa. En vano fueron los intentos de explicar la historia de Majo y Carmen.
Supe por un amigo común que Majo se fue del edificio y a sus cosas se las llevó una amiga a un depósito. El veterinario estuvo todo el tiempo que pudo vigilando el edificio y alertando a los vecinos de la serpiente. El dueño y el presidente de consorcio lo intimaron al veterinario a desistir de esta actitud ya que espantaba a los inquilinos si ninguna base seria. Terminó por cerrar la veterinaria e irse de la ciudad para siempre.
De Carmen nunca más se supo nada.