jueves, 28 de julio de 2016

Bussiness are bussiness


“Sin dudas su padre es un gran hombre. Se merece algo realmente acorde con su estilo. Me permito recomendarle este modelo. Ya se que es un tanto más costoso que el que traías en mente, pero ya que vas a hacer una inversión es preferible que tengas en cuenta que una vez que elijas, va a ser difícil revertir la situación. Sé que sos muy joven y es muy probable que dudes de mí. Lo que pensás es cierto, que soy un comerciante y más allá de lo que quieras está primero mi negocio, pero permitime decirte esto. Te veo a vos , y me veo a mí mismo a tu edad, con dudas, con desconcierto con cierta ansiedad, y por eso quiero guiarte en la decisión correcta, la que te va a hacer sentir bien a vos que en definitiva sos quien va a hacer una elección casi te diría , de las más importantes que hayas tomado. Vení conmigo a la oficina, no lo pienses más o vas a terminar lamentándolo. Tomate un café y revisá si los papeles están en orden. Después de firmar tenés treinta días para traerme el dinero, pero no te preocupes, es un plazo legal que se puede conversar si te acercás por la oficina una semana antes que venza el plazo. Tranquilo, te dejo dos minutos que hago un llamadito y estoy con vos.”
Miré los papeles , pero no entendía nada. Tres páginas de texto plano con condiciones legales son demasiado para un tipo de diecisiete años con la mente en cualquier parte y el cuerpo cansado. Me limité a firmar donde había una linea de puntos y acomodé todo con ganas de irme lo más rápido de ese nefasto lugar.
Cuando estás solo rodeado de ataúdes vacíos colocados de pie contra una pared, cualquier cosa que te digan te suena lógica y vacía. Cuando un tipo grande te habla de dinero en un momento donde no tenés ni idea que puede pasar diez minutos después o como vas a seguir viviendo, o quien va a escuchar tus futuras dudas, o quien se va a poner orgulloso de vos cuando te recibas de algo o logres algo o te pase algo que merezca ser contado, el mundo de los grandes se resume a un puñado de cifras frías que siempre juegan a favor de los más fuertes.
Las palabras del hombre de la cochería se iban a repetir una vez más en mi vida, cuando ya no era un joven, cuando veintitantos años habrían pasado desde esa primera vez.
Sus palabras sonaron distinto, los ataúdes contra la pared eran los mismos, ese día también estaba solo. Se repitió la escena del llamado. Se repitió la ceremonia mecánica de la firma y la sensación de que esto se repetía todos los días, con distintas personas, y por primera vez pude intentar pensar en ese hombre, el dueño de la cochería y sentí una profunda lástima por él.
Yo me gano la vida arreglando cosas descompuestas y en algunos casos no tienen solución, y me alegra cuando una persona o una máquina recuperan parte de su funcionalidad y pueden seguir andando, pero el hombre de la cochería tiene que ingeniárselas cada día para poder dar un pequeño show y hacer de su oficio algo menos infame.
¿De qué se sentirá orgulloso? ¿De haber vendido un ataúd más caro del que pensaba vender? ¿Cuánto costaba esta felicidad? ¿Alguien le preguntaba a menudo cómo se ganaba la vida? ¿Valía la pena contarle esto a un hijo? Si su hijo hiciera una composición para la escuela donde refiera al trabajo de su papá ¿Cómo sería?
No me gustaría estar en sus zapatos.