miércoles, 19 de octubre de 2016

Una habitación, un milagro, un grito...


Graciela entró como cada mañana de los últimos diecisiete años a la pieza de Romina. Todo estaba tal cual lo había dejado ella en el momento que se fue. Repasaba el escritorio con la vista una vez más aunque ya se sabía de memoria la coreografía de los objetos dispuestos. Adivinaba hasta en lo oscuro donde estaba cada cosa. Una lágrima comenzó a dibujarse en los ojos. Se llevó la mano a la cara por enésima vez para ahogar el angustiado grito de una madre desesperada.
La congoja la volvía a cobijar como cada mañana.
Una vez más cerró los ojos y pidió por un milagro, no creía en Diós pero la desesperación te lleva a lugares inexplicables.
Sus hombros temblaron como nunca. Cerró muy fuerte sus ojos para alejarse del dolor que no paraba de crecer en su interior.
Una corriente de aire cortó en dos el silencio. El aire se congeló.
De la oscuridad del pasillo y a espaldas de Graciela, se recortó de entre las sombras una mano joven que avanzó lento hasta la dolida mujer. ¿Habrán sido escuchados los vanos ruegos de la esceptica mujer que ya no creía en nada ni en nadie? Los escasos centímetros que faltaban para el contacto entre la fantasmal mano y el hombro de Graciela se acortaban en cámara lenta . Todo estaba detenido en el aire y en el tiempo. La cara de Romina se materializó lentamente. No podía ver a su madre así. Apoyó su mano suave en el hombro de la mujer que dio un salto sobre sí misma como si le hubiera dado un shock eléctrico.
Se miraron fijamente madre e hija, como nunca, como siempre.
Graciela rompió en un grito.
“¿Sos pelotuda o qué te pasa Romina? ¿Cómo te me vas a aparecer así? ¿Te hiciste la rata de la escuela de nuevo? ¿Qué te pasó contestame boluda?”
“Faltó la de biología che...¿tanto escándalo por eso?” contestó Romina.
“No boluda, casi me matás del susto. Y arreglá la pieza que estoy can-sa-da de decirte que te la ordenés vos….tenés diecisiete años y no puede ser que te tenga que tender la cama a esta altura, y apurate por favor.”
La cachetada en la nuca de Romina fue lo último que se escuchó ese día.