jueves, 28 de abril de 2016

1983 - Un exceso de imaginación

En los años 80, internet era un sueño de trece geeks que no querían salir de su oficina y debían compartir sus documentos digitales. De la misma manera, la pornografía se resumía a un puñado de revistas grandotas imposibles de esconder y enormes y ruidosos vhs que repetían una y otra vez espantosas posiciones sexuales horriblemente filmadas. La mayor parte de los jóvenes poseían a la fuerza una gran imaginación ya sea para mentir hazañas sexuales o para inventar excusas para no tenerlas.
Jorgito Arévalo fue un pionero en la búsqueda de la autofellación. Según decía, si lo lograba, se iba a hacer un implante de tetas a la altura de la cintura y así prescindiría de las minas para siempre. Para ello hacían falta reunir varios factores. Primero, y fundamental, que no haya nadie en la casa y para ello Jorge aprovechó una salida familiar para fingir que tenía que estudiar mucho. Segundo, una buena erección, en tiempos donde no se conocía el viagra y los celulares, tablets que proyectan porno no existían, la revista Penthouse era imprescindible, ya que si el pene estaba dormído era imposible llegar a chuparlo. En el mejor de los casos, la punta de la chota estaba a un triple decímetro de la boca (triple decímetro: especie de regla de 30 cm que se usa en dibujo técnico) así que la tercer condición necesaria era un lugar cómodo e intimo y las posibilidades se redujeron al baño. Se sentó en el inodoro y apoyó la espalda contra la pared. Se manoseó hasta lograr la erección y acercó todo lo que pudo la boca a la chota. Los treinta centímetros no se acortaban así que empezó a apoyar los pies en el lavabo. Con este combo ganó 5 valiosos centímetros y empezó a bajar la espalda deslizando su traste hacia adelante hasta trabarlo con la tabla del inodoro. Bajó en forma imposible la cabeza y ganó 5 centímetros lo cual representaba un tercio del camino recorrido. Su cara estaba roja y los labios se pusieron en una mueca muy graciosa similar a un chimpancé eructando. Se agarró de los muslos y con todas sus fuerzas tensando sus tobillos y acercando imposiblemente el miembro a la boca. Escasos 10 centímetros lo separaban de la gloria. En un intento desesperado sacó la lengua y la estiró en forma sobrehumana sintiendo un sonido de los maxilares desencajándose en pos del objetivo. Su espalda le dolía enormemente y las vértebras parecían a punto de estallar. Tuvo la sensación de partirse en dos en cualquier momento. Su cuello estaba púrpura y surcado de venas hinchadas cuando sintió un chasquido seco. Creyó que se trataba de su columna vertebral, pero fueron los tornillos de la tapa del inodoro que se cortaron de cuajo y su cuerpo fue a parar violentamente contra la base del lavabo desencajándolo. El inodoro cayó a sus espaldas y partiéndose contra el piso lo mojó íntegro. El lavabo se le vino encima dándole de lleno en la frente dejándolo desmayado. Lo primero que recordó Jorge después del desmayo fue la cara del doctor Fanaro, un vecino de la familia. Al resto de la escena nadie quiso contárselo, pero si hubiera sucedido en estos tiempos, Pedro su hermano menor , le hubiera sacado una foto con su smartphone y la hubiéramos colocado acá abajo.
Paciencia querido lector, imagíneselo.
 Le aseguro que no va a estar ni cerca.