domingo, 22 de mayo de 2016

Buscando un símbolo de paz.

Hace unos años, estaba mi vieja internada en una clínica con un diagnóstico nada favorable. Le estaban pasando una quimioterapia que a esa altura era una pérdida de tiempo y cabello que no le hacía absolutamente nada. El cuadro se completaba con 38° de temperatura de mediodía de diciembre y los anuncios de la tragedia de República Cromagnon y la muerte del Papa Juan Pablo II. Si alguien entraba por la puerta y nos reventaba a tiros nos hacía un favor.
Pero como el destino tiene una forma rara de divertirse a costa nuestro, lo que entró a la habitación de mi vieja fue un camillero santiagueño que traía a una mujer para internar en esa sala. Íbamos a compartir unas horas, ya que finalizada la quimio nos marcharíamos a casa.  El camillero pasó a la paciente a la cama y con su calma provinciana nos dijo "La abuela se va a quedar acá con ustedes. Los parientes vienen en camino y no creo que tarden mucho. Les voy a pedir que cualquier cosa que necesite la abuela, nos llamen por el timbre que está al lado de la cama. Lo que sí le vamos a traer comida, porque está sin desayunar y hasta que la vea el traumatólogo va a pasar un buen rato. ¿La pueden ayudar?" Le dije que si, que no habría problemas. Dicho esto, el camillero agradeció y se fue. La vieja se limitó a mirarnos con asco. Miró todo el lugar con asco rumeando algo como un padrenuestro pero si uno escuchaba bien se alcanzaban a distinguir una veintena de puteadas. Con mi vieja guardamos silencio por las dudas, como si ella fuese una bomba a punto de explotar. Solo movía la cabeza y los ojos, sin pestañear, si hacer otro gesto que el de un profundo desprecio por la creación toda.
Quince minutos después llegó la comida, una sopita gris y un pan que no difería mucho de una roca del muro de berlín.
La vieja me miró seria y miró la bandejita, y algo adentro de mi cabeza conectó los dos hechos y asoció que quería comer y que yo le diera. "¿Tiene hambre?" pregunté y el padrenuestro empezó a fluir de nuevo. Me apuré a darle la comida. Por servilletas, solo me dieron dos retacitos de papel glacé blanco que no absorbían ni la tabla del dos. Así que haciendo gala de mi ingenio, busqué la toalla de mano que había colgada en el baño y se la coloqué a la vieja a modo de babero. Le empecé a dar la sopa de a cucharadas, en realidad se la volcaba adentro de la boca tratando de tirar lo menos posible afuera. Cuando alguna gotita le desbordaba el labio, se la recogía con la cuchara y hacía un ruido similar a la prestobarba cuando me afeito. Cuando era una gota importante, le secaba la boca con la toalla. En un momento la vieja me mira con asco y desprecio, todo junto y mucho y me dice "Esto tiene olor a mierda". Mi  incapacidad de oler nada me impidió certificar esa afirmación, es decir, la miré a la vieja y pregunté "¿Cómo?" . La vieja reforzó el gesto y escupiendo restos inmundos de sopa me dijo "¿Usted es pelotudo o se hace? La toalla tiene olor a mierda.". Dejé la sopa, miré a mi vieja que me hizo un gesto de "No sé, fijate" y levanté la toalla. La di vuelta del derecho y del revés y no tenía nada, estaba blanca como espuma. Le devuelvo el gesto a mi vieja y se me dió por abrir la toalla, hasta ese entonces plegada y apareció. Era la estampa de un águila con las alas desplegadas entre dos nubes realizada integramente en  mierda. Me hizo acordar a un test de Rorschach. La vieja seguía con la vista clavada en el televisorcito de la pared. Mi mamá miraba hacia la ventana y hacía esfuerzos tremendos para que no se escucharan sus carcajadas, simulaba la muy turra que estaba deshecha por el cáncer pero se reía como nunca. Doblé prolijamente la toalla. la puse en el perchero y escuché que el enfermero de mi vieja entraba a la habitación para sacarle la quimio y así poder volvernos a casa. Cuando salgo del baño, el enfermero la estaba abrazando y supuestamente consolando por la tristeza fingida. Mi vieja estaba roja y convulsionaba de risa. Yo me la banqué como un duque. Lo que siguió pasó rápido, nos fuimos justo cuando llegaban los parientes de la vieja en majada. Alcanzamos a cerrar el ascensor cuando escuchamos unos gritos de la vieja desde la habitación en los que claramente se distinguía la palabra "mierda".
Creo que esa fue la última vez que escuché reír a mi vieja a carcajadas.