jueves, 17 de diciembre de 2015

Un delirio del pasado


Una tarde como tantas en el año 1984, mi mamá atendió un llamado telefónico. Su cara se fue transformando a pesar de lo breve del llamado. Cortó y me dijo “¡Vamos de la Gladys!” y se sacó el delantal con un gesto de angustia como el que tenía cuando le diagnosticaron cáncer a mi viejo. En esos tiempos las órdenes de cualquier persona mayor de cuarenta años no se discutían, se acataban en silencio y sin cuestiones. Cruzamos la calle y nos metimos en la casa de Gladys sin pedir permiso ni tocar timbre, en esos barrios las puertas se cerraban con llave solo a la noche y si alguien se acordaba de hacerlo. “Pase sola Erlinda” le dijo Gladys a mi vieja quien me hizo la clásica seña del dedo índice en los labios como la enfermera de los carteles del hospital. Cerró la puerta de vidrio y lo que sigue es una reconstrucción con imágenes de lo que escuché.
“Pase Erlinda, siéntese.” “¡Gladys! ¡Como tiene las lastimaduras! ¿Quiere que llame a la renga que pone inyecciones así la cura?” “Son estigmas Erlinda y no llame a nadie por favor” dijo Gladys con mucha paz en su voz, “necesito que se siente que le voy a dictar un mensaje.”
“No Gladys “dijo mi vieja “no creo que yo sea la persona indicada para esto. Si quiere llamo a la morocha que ella estuvo siempre o a doña Adelaida que es muy creyente.” “¡Erlinda por favor! ¡Hay cosas que no pueden esperar! ¡Ella la eligió a usted para que escriba este mensaje! Agarre por favor la birome y escriba, no puedo esperar mucho. ¡Por favor!” le dijo Gladys con un hilo de voz. Mi mamá tomó la birome y empezó a escribir, no escuchó nada de lo que le dictaba Gladys pero su mano percudida de lavandina y detergente se movían rítmicamente dibujando los signos ajenos. Juro que solo se escuchaba un murmullo sordo desde donde me encontraba y una especie de sonido grave entorpecía todo lo que podría llegar a escuchar. Cerré los ojos para poder concentrarme en la voz de Gladys pero fue inútil. De pronto todo se apagó, se suspendió el tiempo como si alguien hubiese puesto una pausa. Quedé detenido en ese sillón mullido con los ojos cerrados hasta que mi vieja me sacudió suave el hombro. “¡Vamos! Ya está.” me dijo y salimos en silencio a la calle.
Dos horas después sonó de nuevo el teléfono. Esta vez la cara de mi vieja estaba distendida. “Venga Gladys que estamos solos” fue lo único que dijo mi mamá. Y cuando cortó fue al baño a acomodarse un poco. “¡Andá a abrirle a la Gladys!” dijo mi mamá cuando golpearon “Debe ser ella”. Cuando abrí la puerta, Gladys pareció sorprenderse conmigo. “Dale a tu mamá esto. Decile que muchas gracias. La Virgen también le agradece.” y dándome un papel doblado en cuatro se fue por donde vino.
“¡Má…! La Gladys te manda esto” y le di el papel cuadriculado doblado prolijamente en cuatro. Mi mamá lo abrió y se sentó y empezó a llorar mucho. “Andá, andá con los chicos a jugar un rato “ me dijo…
Cuando mi mamá murió, entre unas fotos viejas estaba el papel cuadriculado todavía doblado en cuatro. Me lo llevé a mi casa donde actualmente vivo con mi mujer y mis hijas. Cuando se fueron a dormir todas, me puse a ver fotos y busqué el papel cuadriculado. Con mucho cuidado lo abrí y ahí estaba la letra de mi mamá, redonda y prolija. El mensaje que ella escribió no fue dictado para ella ni para nadie que no sea Gladys. Será por eso que no recordaba nada de lo que escribió hasta que lo leyó dos horas más tarde en el baño de mi casa. Cuando lo leí, lo literal no me estremeció tanto como el sonido de la birome y el murmullo de Gladys volviendo del año 1984 hasta hace un rato y la cabeza se me nubló y lloré como nunca, en silencio, hasta que mi hija menor me preguntó “¿Qué pasa pa? ¿Estás triste?” y me abrazó fuerte...”¡Te quiero mucho!” fue lo último que me dijo mientras el papel cuadriculado vacío de escrituras y recuerdos caía al piso para luego extraviarse para siempre.