Una tarde como
tantas en el año 1984, mi mamá atendió un llamado telefónico. Su
cara se fue transformando a pesar de lo breve del llamado. Cortó y
me dijo “¡Vamos de la Gladys!” y se sacó el delantal con un
gesto de angustia como el que tenía cuando le diagnosticaron cáncer
a mi viejo. En esos tiempos las órdenes de cualquier persona mayor
de cuarenta años no se discutían, se acataban en silencio y sin
cuestiones. Cruzamos la calle y nos metimos en la casa de Gladys sin
pedir permiso ni tocar timbre, en esos barrios las puertas se
cerraban con llave solo a la noche y si alguien se acordaba de
hacerlo. “Pase sola Erlinda” le dijo Gladys a mi vieja quien me
hizo la clásica seña del dedo índice en los labios como la
enfermera de los carteles del hospital. Cerró la puerta de vidrio y
lo que sigue es una reconstrucción con imágenes de lo que escuché.
“Pase Erlinda,
siéntese.” “¡Gladys! ¡Como tiene las lastimaduras! ¿Quiere
que llame a la renga que pone inyecciones así la cura?” “Son
estigmas Erlinda y no llame a nadie por favor” dijo Gladys con
mucha paz en su voz, “necesito que se siente que le voy a dictar un
mensaje.”
“No Gladys “dijo
mi vieja “no creo que yo sea la persona indicada para esto. Si
quiere llamo a la morocha que ella estuvo siempre o a doña Adelaida
que es muy creyente.” “¡Erlinda por favor! ¡Hay cosas que no
pueden esperar! ¡Ella la eligió a usted para que escriba este
mensaje! Agarre por favor la birome y escriba, no puedo esperar
mucho. ¡Por favor!” le dijo Gladys con un hilo de voz. Mi mamá
tomó la birome y empezó a escribir, no escuchó nada de lo que le
dictaba Gladys pero su mano percudida de lavandina y detergente se
movían rítmicamente dibujando los signos ajenos. Juro que solo se
escuchaba un murmullo sordo desde donde me encontraba y una especie
de sonido grave entorpecía todo lo que podría llegar a escuchar.
Cerré los ojos para poder concentrarme en la voz de Gladys pero fue
inútil. De pronto todo se apagó, se suspendió el tiempo como si
alguien hubiese puesto una pausa. Quedé detenido en ese sillón
mullido con los ojos cerrados hasta que mi vieja me sacudió suave el
hombro. “¡Vamos! Ya está.” me dijo y salimos en silencio a la
calle.
Dos horas después
sonó de nuevo el teléfono. Esta vez la cara de mi vieja estaba
distendida. “Venga Gladys que estamos solos” fue lo único que
dijo mi mamá. Y cuando cortó fue al baño a acomodarse un poco.
“¡Andá a abrirle a la Gladys!” dijo mi mamá cuando golpearon
“Debe ser ella”. Cuando abrí la puerta, Gladys pareció
sorprenderse conmigo. “Dale a tu mamá esto. Decile que muchas
gracias. La Virgen también le agradece.” y dándome un papel
doblado en cuatro se fue por donde vino.
“¡Má…! La
Gladys te manda esto” y le di el papel cuadriculado doblado
prolijamente en cuatro. Mi mamá lo abrió y se sentó y empezó a
llorar mucho. “Andá, andá con los chicos a jugar un rato “ me
dijo…
Cuando mi mamá
murió, entre unas fotos viejas estaba el papel cuadriculado todavía
doblado en cuatro. Me lo llevé a mi casa donde actualmente vivo con
mi mujer y mis hijas. Cuando se fueron a dormir todas, me puse a ver
fotos y busqué el papel cuadriculado. Con mucho cuidado lo abrí y
ahí estaba la letra de mi mamá, redonda y prolija. El mensaje que
ella escribió no fue dictado para ella ni para nadie que no sea
Gladys. Será por eso que no recordaba nada de lo que escribió hasta
que lo leyó dos horas más tarde en el baño de mi casa. Cuando lo
leí, lo literal no me estremeció tanto como el sonido de la birome
y el murmullo de Gladys volviendo del año 1984 hasta hace un rato y
la cabeza se me nubló y lloré como nunca, en silencio, hasta que mi
hija menor me preguntó “¿Qué pasa pa? ¿Estás triste?” y me
abrazó fuerte...”¡Te quiero mucho!” fue lo último que me dijo
mientras el papel cuadriculado vacío de escrituras y recuerdos caía
al piso para luego extraviarse para siempre.