domingo, 8 de junio de 2014

Dia 92 - Un diez en matemáticas

Tenía nueve años cuando la señorita Margarita nos dio la prueba de matemáticas. Era mi primer diez. Hasta ese entonces mis notas no iban más allá de un modesto ocho así que mi pecho se hinchó por mi primer logro sin ayuda de nadie. Ese diez era único porque casi ningún chico del grado había aprobado, así que la señorita nos obligó a que traigamos firmada la prueba para el otro día, así se aseguraba que nuestros padres estén al tanto de nuestra evolución, o como era en este caso, nuestro deceso como grupo. Por causas que no recuerdo me olvidé de hacerla firmar, como siempre se nos olvidan las cosas importantes así que la señorita Margarita me mandó a dirección a firmar. Yo no era un mal alumno ni tenía problemas de conducta, pero esta situación me puso realmente mal, casi a punto del llanto. Como un general, apareció en dirección la señorita con la regente y ambas se pusieron frente a mí. Me gritaron lo importante que es ser responsable, que las pequeñas distracciones terminan en grandes catástrofes y que el mundo iba a ser un lugar inmundo por gente como yo. Me ofrecieron un segundo antes de firmar el libro disciplinario, un descargo, una explicación, como quien le ofrece un cigarrillo a quien van a fusilar de todas formas." ¿que pasó?" gritaron al unísono.
Mi respuesta no se hizo esperar. "No la hice firmar señorita, porque mi mamá está muy enferma."
Antes que empiece la catarata de gritos de nuevo me aventuré:" Es mi primer diez, y creo que ella no va a vivir mucho. Mi papá contó algo acerca de una enfermedad y que estemos preparados, no sé, no entendí mucho pero creo que es grave. Así que como mañana es el cumpleaños de mi mamá, le quería mostrar mi primer diez. Por eso fue que no pude firmarla seño"
Con un nudo en la garganta la regente preguntó "¿y tu papá no la pudo firmar?".
"Si" contesté yo, "pero quería que mi mamá fuese la primera en verlo seño. Disculpemé. No va a volver a pasar se lo juro. No me haga firmar."
Casi al borde de la lagrima, la señorita Margarita le hizo una seña a la regente y me acompañó al baño a lavarme la cara. Me dejó en la biblioteca un rato y luego me uní al grupo de nuevo.
Cuando llegué a casa, me apuré a hacer firmar la prueba.
Me miraron con descreimiento mis viejos aquella nota y aflojaron un autografo.
Mi madre murió exactamente 34 años después de ese momento.
Ahí, justo ahí me di cuenta que matemáticas no era lo mío.
Tampoco lo era decir la verdad.