martes, 19 de julio de 2016

4 latigazos

Corrían los años 80 y en la calle estábamos como siempre, todos los chicos del barrio. Lo único diferente ese día, y que iba a ser para siempre, era el pavimento. Hasta ese entonces la calle era de carbonilla y las rodillas de todos nosotros tenían ásperas marcas que nos distinguían de los chicos de las calles pavimentadas. Ese día fue especial por varias cosas, los varones no la pasamos dibujando con cascotes la calle y las chicas pudieron patinar por la calle como si fuese sobre hielo. Las dos actividades convivían perfectamente hasta que el dibujo fue ganando terreno a la pista de patinaje. "¡Tarados!¿No ven que estamos patinando?" nos gritó Andrea, la rubia del grupo. "Si quieren dibujar vayan a otra calle" sumó la Bochi.
"¡Nosotros dibujamos donde queremos!" dijo Diego y puso las cosas al borde del punto sin retorno. Los ánimos estaban cada vez más encendidos, los dibujantes estrechaban la calle y las patinadoras pasaban sobre las mejores partes de las obras. Estaba visto que ninguno pensaba en ceder un solo centímetro. La Bochi encontró un punto débil en la formación y pasó entre todos los dibujantes pateando hábilmente los cascotes fueron a parar a la boca de tormenta. Se habían apuntado una victoria más que decisiva y esto pudo con el ánimo de Oscarcito, que con la ultima piedra que quedaba descargó la bronca contra el grupo pegándole en la frente a la Bochi. El proyectil no era más grande que un carozo de durazno, pero fue lo suficiente para que el escándalo explote y todos nos fuéramos cada uno a su casa. Mis viejos me vieron entrar y algo sospechaban. Justo cuando estaban por armar el interrogatorio que consistía en una catarata de preguntas y amenazas que nunca se cumplían, sonó el timbre. Debería haberme aliviado pero la voz de la mamá de la Bochi me trajo de nuevo al estresante presente. "¡Vení para acá!" sentenció mi viejo, "¿Qué le hicieron a la Bochi?¿Eh?".
La frente tenía más merthiolate que sangre y en los ojos las lágrimas le brotaban más por fuerza que por dolor, quería ver un culpable, nada más que eso, un nombre y se acababa todo.
No iban a parar, no se iban a ir con las manos vacías. "¿Quién fue? Decime quién le tiró la piedra a mi hija"
"¡Oscar!" les dije, y algo adentro se me rompió para siempre. El resto del cuerpo me dejó solo con mi cobarde respuesta.No era más que eso, una respuesta estúpida disfrazada de pibe de nueve años.
Sin mediar palabra se fueron. Mis viejos cerraron la puerta y me empezaron a culpar y a preguntar por qué no había parado la pelea que nunca empezó. Mi cabeza no entendía nada, los veía como un sueño y sus voces me sonaban lejanas, sin cuerpo ni brillo.
El timbre sonó de nuevo. Presentí que lo peor había pasado. Qué lejos estaba de la verdad. Mi mamá abrió la puerta y en la puerta de casa estaban cuatro personas: la Bochi que me miraba con miedo, su mamá que había aflojado el gesto duro y ahora no podía articular palabra, Oscarcito que miraba el piso al borde de las lágrimas y el papá de Oscarcito con un cinturón en la mano mirándome  con los ojos fuera de sí. "Decime vos ¿Oscar le tiró la piedra a la Bochi? ¿Eh? ¡CONTESTAME! ¿Fue este el que le tiró la piedra a la Bochi SI O NO?"
Los gritos retumbaban en el living y todos me miraban, querían que el cobarde haga el bis, y rompí a llorar como nunca y le grité "¡SI! ¡Fue Oscarcito! ¡Pero no le pegue!" agregué como un patético acto de heroísmo pedorro. Lo que siguió fueron cuatro cintazos a ritmo, cuatro latigazos en las piernas de Oscar que todavía resuenan en mi cabeza, cuatro veces ver a tu amigo víctima de tu cobardía te cambian para siempre. Oscar salió corriendo para su casa, nunca lo vi llorar en todo ese rato. La Bochi y su mamá se fueron rápido como quien rompe algo en un velorio. Mi viejo me pegó por las dudas, pero creo que fue un acto de justicia por mi cobardía. Mi mamá me habló de algo que no me acuerdo. Daba igual, nunca iba a volver a confiar en los adultos.
Muchas cosas se me rompieron ese día.
La vida me encontró mucho tiempo después con Oscar Pérez, ya grandecito y viviendo del clown y los malabares. Cuando lo volví a ver tenía un pibe de la edad que él tendría por aquellos años de los cintazos. Nunca le conté la historia ni le pedí disculpas.
Publico recién este texto que estoy escribiendo, así en caliente como me sale justo un día antes del día del amigo. Recién él me aceptó como amigo en el facebook ayer, y si tengo suerte y lo lee me gustaría que sepa que hoy, casi cuarenta años después de ese día, todavía me suenan los cuatro latigazos y si pudiera cambiar algunas cosas de mi vida, una de esas sería mi cobarde respuesta.
Ojalá se pudiera.
Lamentablemente crecemos.
Perdón.