lunes, 4 de julio de 2016

Aislados

El viejo y el niño vivían en lo profundo del bosque en una precaria cabaña que apenas cubría las necesidades básicas para ser un refugio decente. El paisaje se encargaba de aniquilar todo vestigio de vida alrededor de la vivienda que pedía auxilio a través de una débil columna de humo que nunca superaba la altura de los pinos. La vida rústica obligaba al viejo a buscar leña y provisiones cada vez más lejos y el niño permanecía gran parte del día solo, y al caer la noche cuando el viejo regresaba por lo general lo encontraba rendido en su cama sin posibilidad de diálogo alguno. Para poder comunicarse utilizaban un sistema rudimentario de mensajes que consistían en una serie de nudos que el viejo hacía en sus sábanas, y que el niño deshacía en ausencia del viejo. De acuerdo a la cantidad de nudos deshechos, el viejo podía establecer algún código que respondería con otra cantidad de nudos generando un complejo algoritmo de preguntas y respuestas que sólo ellos comprendían.
Así pasaban los días y el niño iba creciendo, hasta que un día logró deshacer todos los nudos. Asombrado de su progreso y no teniendo con quien compartirlo, decidió abandonar la cama y se abrigó con lo que quedaba de frazada y salió corriendo por el bosque. Lo hizo durante un par de horas hasta caer rendido a la puerta de un establo. Cuando despertó dos viejos lo estaban arropando contra la chimenea mientras le ofrecían sopa caliente y pan. El niño no sabía comunicarse de otra manera que no fuera a través de los nudos. Como pudo agradeció la comida caliente y los cuidados, mientras tanto en el bosque, los campesinos le prendían fuego a una precaria cabaña donde se encontraba un viejo pedófilo atado a una cama con una sábana con no menos de una veintena de nudos.