Una noche, después de una fiesta muy alocada, me encontré en
el baño de casa como no era de otra manera, rascándome el culo. En medio de esa
extraña sensación de éxtasis y mientras trazaba laberintos imaginarios con las líneas
que dividían los azulejos de la pared, se me dio por mirar mis manos. En los
dedos y parte de las palmas tenía una suerte de polvillo blanquecino comparable
a la caspa (disculpe lector la falta de poética, pero comparar cachos microscópicos
de culo con blanca nieve o polvo de estrellas me pareció un atentado al buen
gusto). Comprendí que en mis manos tenía células muertas de culo, de mi culo.
Uhhh ¡fue un flash revelador! Comprendí que si a mi me picaba el culo, o me
gustaba rascarlo o peor aún, encontraba una extraña sensación de placer y
saciedad al rascarme esas células, allí, justo allí estaría el secreto de la
felicidad. Si podía pasar horas rascándome escondido el culo, bien podría mudar
esa sensación a cualquier parte del cuerpo y por ejemplo alcanzar orgasmos al
rascarme una mano, la cabeza o la espalda (algo de eso hay en la espalda,
ciertas zonas dorsales están equipadas con estas características pero su efecto
placentero es efímero y esporádico) Así que me propuse esa noche a recolectar
cada célula en un recipiente debidamente esterilizado para no contaminar las
muestras. Para ello, herví un frasco chiquito de café dolca de cuarto y siempre
lo tenía escondido celosamente para que mi experimento este a salvo de ladrones
de ideas. También me propuse estudiar biogenética, todo eso mientras me duraba
el trance en el que me encontraba. Comencé entonces a juntar pacientemente las
muestras. Día a día, hora por hora. Algunas veces era un poco sospechoso andar
con un frasco de café entre la ropa llevándolo al baño cada hora. Otra práctica
que tuve que dejar , fue la de rascarme el culo mientras me duchaba, ya que
perdía gran cantidad de muestras, así que me empecé a bañar en forma mas
espaciada. Me inscribí para estudiar biotecnología, pero eran demasiados años
de estudio y eso me quitaba tiempo para el trabajo de campo, así que convencí a
un amigo mio para que haga la parte de investigación ( obviamente no le revelé
mis oscuros propósitos dado que podría llegar a tentarse de hacer todo por su
cuenta y alzarse con la gloria) Mi amigo al fin se recibió e hizo
investigaciones en el campo de la oncología y se volcó más a salvar gente con cáncer
que a la gloria personal, algo que me puso muy orgulloso pero que me cagó en lo
más profundo ya que tenía un frasco con más de 30 años de trabajo en mi mesita
de luz. Hoy ya tengo 48 años. Ya desistí de la
ambiciosa empresa de lograr implantes de células placenteras, y la
utopía de un cuerpo que goce con el solo roce
con la ropa se me fue de las manos. . No es falta de esperanza o desasosiego.
Hace un par de años, mi hija estaba haciendo un trabajito práctico para el
taller de plástica acerca de las pirámides de Egipto, y necesitaba pan rayado
para simular la arena del desierto. Vaya a saber como, encontró el tarrito de
dolca y asumió que podía usarlo y así tres décadas de trabajo fueron
inmortalizados en un trabajito práctico que fue exhibido a fin de año y todos
los padres e hijos de la escuela de una
u otra manera, me vieron el culo.