lunes, 4 de agosto de 2014

Día 78 - Literatura popular

Corría el año 1476 en Kyushu, un pequeño pueblo donde la industria del mineral del hierro era incipiente cuando Kinzoku Oita decidió emprender el dificil arte del Acero. Para ello construyó dos pequeños hornos alimentados a fuel oil y carbon de coque enriquecido. La planta alcanzó notoriedad y se puso a pleno tres generaciones después cuando ya contaba con 70 empleados de planta y 200 contratados eventuales. Para que la precaria acería sea rentable, los Oita pagaban unos salarios realmente miserables. Grandes y vanas fueron las promesas de recomposición salarial, ya que los empleados no tenían otro sustento viable. Lentamente comenzaron a organizarse en reuniones donde se ponía de manifiesto los desacuerdos con la patronal, nombre dado despectivamente a la corriente jefatura.
A los portavoces de estos reclamos se los llamó delegados, y cada vez que un grupo de estos insurrectos entraba en la improvisada oficina, inmediatamente era azotado hasta morir.
En un principio esto amedrentó a los trabajadores, pero refugiados en el anonimato de las desvencijadas letrinas, expresaban su descontento realizando inscripciones en las paredes con trozos de carbón de coque, cerillas, tinta china, materia fecal y todo lo que sirviera para tal propósito. Allí se podía leer frases terriblemente ofensivas, descontentos, convocatorias secretas, etc....Con el tiempo, la fuerza colectiva perdió terreno y sus magros salarios seguían planchados, literalmente.
Los obreros fueron acostumbrandosé al ritual de seguir escribiendo en las paredes de las letrinas, pero esta vez podían leerse estadísticas salariales, lugares donde comprar una onza de arroz a un mejor precio, y por ese entonces aparecieron los primeros chismes y secretos del proletariado. Eran los inicios de las revistas del corazón. En las paredes se leían diálogos completos escuchados al pasar, y otros tantos inventados, constituyendo así, el comienzo de la dramaturgia de ficción.
Tal era el desconcierto de los Oita al no entender el fin de la rebelión obrera, que se decidieron a recorrer la planta para ver que sucedía. La silenciosa normalidad con la que los empleados desarrollaban las tareas , no hacía sino poner más inquietos a los Oita que no terminaban de descifrar el secreto de la paz gremial. Tamaña fue su sorpresa, cuando casi al final de la recorrida decidieron entrar a los baños y descubrieron que las paredes hablaban lo que los obreros callaban. Inmediatamente mandó a destruir los baños escritos hasta convertirlos en tablitas diminutas que fueron tirados en una montaña fuera del predio.
Los aldeanos las recogieron para procurarse leña para calentar sus casas, pero la baja calidad del material volvía inútil las tablitas que se almacenaron en las casas.
Cuando la quiebra indefectible de la minúscula acería sucedió, los aldeanos se mudaron dejando las chozas deshabitadas con las pocas pertenencias aún adentro.
Un grupo de drogados artistas vagabundos, tomó estas viviendas y se estableció.
Finalmente encontraron las tablitas conteniendo las incompletas e incomprensibles frases y fue una revelación para ellos. Eran una verdadera llave al pensamiento y la reflexión. Toda una filosofía de vida resumida en tres renglones. Este género literario fue bautizado con el nombre del primer perro que encontró las tablitas: Haiku.