En una época, allá por los '80, solía trabajar en un taller.
El trabajo era tranquilo, la gente dentro de todo era normal
pero los baños eran un campo de batalla fecal. Cada semana los limpiábamos por
turnos pero la magia duraba una hora como mucho. Uno de los dos inodoros tenía
la tabla y había que ser muy macho para sentarse y salir vivo. Las estrategias
iban desde llevar una botella de alcohol y papel higiénico para lavar la tabla,
hasta sentarse vestido y girar sobre el propio eje dos vueltas hasta dejar la
tabla presentable.
La excepción a la regla era Tomás. Se aguantaba las ganas de
cagar hasta llegar a la casa. Lo hemos visto pálido y transpirando pero nunca
usaba el baño. Un día no dio más y se metió con el solo objetivo de cagar, sin
miramientos, sin profilaxis que valga, así nomás, a lo macho. Pero fue más
fuerte el asco y a último momento el cerebro le ordenó pararse en el inodoro
poniendo los pies en los bordes cuidándose así de no tocar el inodoro con su
culo. Desde afuera se escuchó un "¡crack!¡clang!". Los ruidos fuertes
eran clásicos en el taller, así que no le dimos mayor importancia. Un buen rato
después salió Tomás, caminando raro, derecho, demasiado derecho y caminando
despacio. El rengo Malverde lo miró desde atrás y le gritó "¡Boludo!
¡tenés sangre en el orto!". Tomás intentó mirarse el traste y se desmayó.
El capataz llamó la ambulancia que estaba siempre en el taller y se lo llevaron
sin dar tiempo a preguntar nada. "¡Acá está el tema! ¡Se rompió el orto
con el inodoro!" gritó Malverde desde el baño. Fuimos y ahí estaba, el
inodoro partido en dos a lo largo con
restos de papel higiénico con sangre.
A la mañana siguiente fuimos al sanatorio y la enfermera no
nos dejó pasar a ver a Tomás pero nos tranquilizó que estaba bien, descansando.
Fuimos una semana después a visitarlo a la casa y la señora
de Tomás nos dijo que se había acostado un ratito la siesta. Nos hizo pasar a
la pieza y estaba Tomás acostado boca abajo tapado con una sabana celeste. En
eso sonó el teléfono y la mujer se excusó y fue a atender mientras nos quedamos
solos en la habitación matrimonial. "Che, ¿como le habrá quedado el culo
al enano maldito?" soltó Modarelli sin más prólogo "¡Qué se yo!
¡miremos!". Y le corrieron la sabana y fue la primera vez que vimos a
alguien con dos culos. Lástima que no teníamos manera de registrar ese hallazgo
en los '80.
Aún tenemos sueños recurrentes los cinco que vimos al hombre
de los dos culos.