viernes, 19 de septiembre de 2014

Día 54 - El curioso caso de Tomás


En una época, allá por los '80, solía trabajar en un taller.

El trabajo era tranquilo, la gente dentro de todo era normal pero los baños eran un campo de batalla fecal. Cada semana los limpiábamos por turnos pero la magia duraba una hora como mucho. Uno de los dos inodoros tenía la tabla y había que ser muy macho para sentarse y salir vivo. Las estrategias iban desde llevar una botella de alcohol y papel higiénico para lavar la tabla, hasta sentarse vestido y girar sobre el propio eje dos vueltas hasta dejar la tabla presentable.

La excepción a la regla era Tomás. Se aguantaba las ganas de cagar hasta llegar a la casa. Lo hemos visto pálido y transpirando pero nunca usaba el baño. Un día no dio más y se metió con el solo objetivo de cagar, sin miramientos, sin profilaxis que valga, así nomás, a lo macho. Pero fue más fuerte el asco y a último momento el cerebro le ordenó pararse en el inodoro poniendo los pies en los bordes cuidándose así de no tocar el inodoro con su culo. Desde afuera se escuchó un "¡crack!¡clang!". Los ruidos fuertes eran clásicos en el taller, así que no le dimos mayor importancia. Un buen rato después salió Tomás, caminando raro, derecho, demasiado derecho y caminando despacio. El rengo Malverde lo miró desde atrás y le gritó "¡Boludo! ¡tenés sangre en el orto!". Tomás intentó mirarse el traste y se desmayó. El capataz llamó la ambulancia que estaba siempre en el taller y se lo llevaron sin dar tiempo a preguntar nada. "¡Acá está el tema! ¡Se rompió el orto con el inodoro!" gritó Malverde desde el baño. Fuimos y ahí estaba, el inodoro partido en dos  a lo largo con restos de papel higiénico con sangre.

A la mañana siguiente fuimos al sanatorio y la enfermera no nos dejó pasar a ver a Tomás pero nos tranquilizó que estaba bien, descansando.

Fuimos una semana después a visitarlo a la casa y la señora de Tomás nos dijo que se había acostado un ratito la siesta. Nos hizo pasar a la pieza y estaba Tomás acostado boca abajo tapado con una sabana celeste. En eso sonó el teléfono y la mujer se excusó y fue a atender mientras nos quedamos solos en la habitación matrimonial. "Che, ¿como le habrá quedado el culo al enano maldito?" soltó Modarelli sin más prólogo "¡Qué se yo! ¡miremos!". Y le corrieron la sabana y fue la primera vez que vimos a alguien con dos culos. Lástima que no teníamos manera de registrar ese hallazgo en los '80.

Aún tenemos sueños recurrentes los cinco que vimos al hombre de los dos culos.