miércoles, 20 de agosto de 2014

Día 66 - Mi segunda visita a Mosconi, mi psícologo.

Siete largos días se interpusieron entre la incipiente presentación, que por supuesto aproveché para sembrar dudas en el campus, y la visita que iba a hacerle a Mosconi, mi psicólogo. Me había preparado una red de laberintos mentales que conducirían a Mosconi inexorablemente a mis fauces. Repasaba mi abyecto plan mientras fingía estar dormido en el 123 para no darle el asiento a una vieja, que no paraba de apoyarme la cartera en el hombro. Cada recoveco estaba diseñado como la película "el origen", cada palabra tendría el peso de una batería de ford falcon gasolero, cada momento estaba estudiado como versos de un soneto maquiavélico. Mi plan y mi discurso eran infalibles. Cuando por casualidad vi que me estaba pasando de mi destino, me paré en seco y pisándole un pie a la vieja me dirigí a la puerta del colectivo. Allí me detuvo un pasajero que parecía un pilar de rugby en celo. "¡Dejame pasar flaco! ¡me bajo acá!" (le dije flaco para ganarme su confianza). "¿Sos boludo o te hacés?" me dijo mi amigo "el flaco"..."¡Pisaste a esa señora! Pedile disculpas o no te bajás..." .Giré sólo el cuello y le grité "Disculpe doña...no la ví". Volví a mirar a mi compañero de viaje, "el flaco" y le hice un ademán imperceptible onda "ya fue, dejame pasar". Se cruzó de brazos y mantuvo el equilibrio a pesar del bamboleo del 123. "De rodillas pedile disculpas a la señora" me pidió amablemente mi complice de aventuras. Si no hago lo que pide, no me bajo más pensé y me rompí en llantos, y me arrodillé, y le pedí disculpas, y le dije lo mucho que me hacía acordar a mi madre que hacía justo un año había fallecido y que por eso iba al psicólogo....
Todo el pasaje se volvió contra mi entrañable colega "el flaco" y no solo me dejó pasar, sino que me dio su tarjeta para encontrarme a hablar cuando yo diga, segun entendí pertenecía a un grupo de autoayuda para recuperación de niños índigo.
Me bajé y corrí a lo de Mosconi, me había pasado tres cuadras...
Cuando llegué, estaba hecho un desastre, transpirado, las rodillas sucias y el pelo como el cantante de The Cure.
Mosconi sorprendido, me hizo pasar, me dió un vaso de levité pomelo y me preguntó qué pasó. Le conté muy por encima la odisea pasada. Ahí, justo ahí, se aprovechó de mi distracción y disparó un único y certero disparo "¿Por qué creés que te pasó esto?".
Me cagó...me olvidé de todo el intrincado y complejo mecanismo de relojería que componían hasta ese momento mi brillante plan. No me salíó nada...quedé congelado en el tiempo.
No tardó en darmela estocada final: "Quiero que pienses en esto para la próxima. Decile a la secretaria que te agende una cita. Ah me olvidaba, aumentó el costo de la sesión."
Con el gesto congelado, me levanté, terminé el pomelo y lo tragué como si fuera veneno. Lo miré con la grandeza de los acorralados en mala suerte y le dije firme "Nos vemos Doctor."
Y otra vez a desandar el camino.
Los golpes solo me fortalecen y mi voluntad se va templando. Se que hoy soy más fuerte que ayer, pero aún no es suficiente. Los tiempos duros se avecinan.
¡La puta que lo parió! ¡Se me fue el 123!