domingo, 11 de enero de 2015

Día 11 - Sanabria, de miserable a contador de historias.

Por los años '70, las salidas al cine y la radio, constituían la mayor parte de la diversión de los hogares de La Emilia, un pueblo al norte de Buenos Aires. Los Sanabria eran 17 en total entre los hijos, los abuelos y un tío soltero y poco afecto al trabajo, conviviendo todos juntos en una casa que había estado en la familia desde principio de siglo. Al ser esta cantidad de personas, la entrada al cine constituía un enorme capital para el ajustado ingreso de los Sanabria, que consistía en changas esporádicas que hacía el padre. El tío soltero, solía matar el tiempo jugando a los naipes las pocas monedas que encontraba durante la semana, hasta que un día se encontró con la fortuna y ganó lo justo para una entrada al cine y un vaso de caña Legui. A escondidas de la familia, se fue al cine continuado y se vio tres películas seguidas. Cuando volvió a la casa, los restantes Sanabria lo recibieron preocupados un poco por el horario y otro tanto por el estado en que llegó, tenía la mirada exaltada y no paraba de hablar. Refirió a historias de gente poseída, a como una población en apariencia normal era atacada por pájaros y también habló de una historia de amor en tiempos de guerra. El resto de la familia lo escuchó hasta entrado el amanecer y no paraban de pedirle otra historia más. Un poco por el cansancio y otro poco por el efecto de la caña Legui, el tío siguió desvariando hasta el mediodía con una mezcla bastante interesante de historias de aparecidos y del lejano oeste. Finalmente todos quedaron rendidos en la terraza y a eso de las 18:00 hs, se despertaron con el sol a pleno. ¿qué extraña magia había pasado allí? De no conocerlos, la gente habría pensado que se habían drogado con LSD y desvariado toda la noche. Así fue que entre todos los vecinos, pusieron dinero para que Sanabria fuera al cine y al regreso, tras cinco cañas les refiriera las más inverosímiles historias que nunca iban a ser fieles a las originales, pero que regadas con la imaginación de Sanabria, iban a ser únicas e irrepetibles.
Tan popular se volvió Sanabria, que inauguró en el fondo de su patio un rincón iluminado con la única luz que había y utilizando de fondo la pared de ladrillos vistos, refirió las historias vistas una y otra y otra vez, cada vez con más detalles y más vuelo.
Y entonces sucedió, la casa de los Sanabria quedó chica, y como la gente había dejado de ir al cine, el tío solterón compró con los ahorros de las funciones la desvencijada sala. Con la ayuda de un proyector, se iluminaba y tras unos tragos de caña empezaba a anudar esta vez historias familiares. Trataba en ellas la historia de algunos hermanos, primos y sobrinos y la mayor parte eran anécdotas familiares. Como los del cine se habían llevado todo, hasta las butacas, la gente asistía de pie a las funciones y allí solo servían caña Legui.
Cansados de las anécdotas familiares, la gente empezó a pedir por más historias de cine, pero justamente la fuente de inspiración de Sanabria había desaparecido paradójicamente gracias a su éxito. Fue así que Sanabria se fue a la capital, huyendo del público exigente.
Se cambió el nombre por uno en inglés y para no ser incoherente, a su espectáculo lo llamó "Stand Up" como un homenaje al público de pie  que asistía noche a noche en La Emilia.
Del pueblo nunca se supo más, de Sanabria sólo quedaba un fugaz paso, pero el género inaugurado  por él , iba a ser recordado por décadas.
A veces la miseria, te abre caminos inesperados.
Miserable lector, esté atento.
Nunca se sabe cuando puede llegar la fama a su puerta.
Adios.