lunes, 22 de agosto de 2016

Odio los barriletes


Hay cosas que cuando no son para uno, no vale la pena insistir.
Hace un montón de años, mi hija mayor tenía una barrileteada en la escuela del barrio. Cada alumno junto con sus padres, debían llevar un barrilete y algo para merendar y compartir con los demás padres. La maestra insistió que en lo posible, los barriletes sean confeccionados por las familias, así fomentaban los valores, la unión y otro puñado de barbaridades. Yo no tenía ni tengo idea como se hace un barrilete, y mi experiencia de remontar uno es un autentico canto al fracaso que voy a detallar en otro post. La cuestión es que fuimos un día antes a la casa de mis suegros en Rosario a almorzar y mi hija comentó lo emocionada que estaba con el evento, que recién ahí caímos que no teníamos barrilete alguno ya que especulábamos con un probable frente de tormenta que iba a arruinar la tarde pero la lluvia no llegó nunca.
Mi suegro saltó de la silla y con la cara iluminada nos dijo “¡No podrían tener más suerte! Conozco a Sanabria que hizo la colimba conmigo y vende barriletes en la plaza del shopping Alto Rosario. Vamos y de paso lo visito a Sanabria, pobre infeliz.”
No había terminado la oración cuando ya nos había subido al auto y manejaba como loco contándonos anécdotas de sus años de conscripción. Llegamos a una plaza y ahí estaba Sanabria, sentado en una reposera leyendo el diario y escuchando la radio. Mi suegro me dijo “Vení, vamos que lo voy a hacer cagar todo.” y lo encaramos desde atrás.
“¿Qué tal cómo le va?” le dijo mi suegro a Sanabria haciéndose el serio. “Somos de la inspección municipal y veo que está vendiendo barriletes. ¿Tiene los permisos?”
Sanabria empezó a buscar nervioso los papeles que no existían, y mi suegro empezó a reírse mal. “¡No te cagués Sanabria! Soy el flaco Olivieri, hicimos la colimba juntos, en Bahia Blanca...¿No te acordás? ¡Estás hecho mierda che!”
La presentación mutua duró casi dos horas. Sanabria no se llamaba Sanabria, se llamaba Salinas. La colimba la habían hecho en Azul, no en Bahía Blanca y así con la casi toda la historia. Cuando sintonizaron, mi suegro le pidió el mejor barrilete para su nieta. Había no menos de veinticinco barriletes volando y uno solo apoyado contra un árbol. “Este es el mejor flaco” le dijo Salinas a mi suegro, “pura fiselina, no se rompe nunca, y el hilo es encerado, nunca se corta ni lo jode la humedad. Llevátelo flaco, te lo regalo. Si es para tu nieta es un regalo.”
Mi suegro insistió en pagar hasta que logró que Salinas se lo cobre “Ya que insistís flaco son 24$” sentenció Salinas. (en esa época, 1U$ = 3$, osea que el barrilete costaba 8 U$) “¡Uh, qué macana! Me dejé la billetera en el auto. Pagale que después te lo doy en casa.” me dijo mi suegro, y pagué el barrilete más caro del planeta. Pesaba un millón de kilos y era duro. Así que lo llevamos a casa.
Al otro día fue la barrileteada. Había de todo, unos barriletitos minúsculos, otros standart, y unos tipo cajón que eran enormes.
Todos, absolutamente todos los barriletes volaron altísimo, menos el barrilete nuestro que era una suerte de baldosón hexagonal de colores con un hilo sisal encerado. El cuadro era devastador: mi hija iba adelante, en el medio a un metro atrás de ella iba Yamila, y un metro atrás Camila, las tres sosteniendo el hilo sisal y corriendo mientras el barrilete daba unos humillantes tumbos frente a los eruditos del barrilete que aconsejaban que le sobraba cola, que le faltaba cola, que tenía mucho hilo, que le faltaba tal o cual cosa, la cuestión es que yo rogaba que el barrilete se destruya y acabe el sufrimiento.
Las maestras nos miraban con lástima y a mi hija los demás papás le prestaron un barrilete para sacarse una foto.
Volvimos a casa y revoleé el barrilete al galpón para olvidarme del asunto.
Los demás chicos subieron todas las fotos al facebook de la escuela, abajo de la foto de mi hija decían los comentarios “Acá está fulanita con nuestro barrilete, que se lo prestamos porque el de ella no se levantó” y tenía como dos mil likes y la compartieron cientos de veces.
A la noche cuando todo era paz y silencio, todos se habían dormido menos yo que estaba como loco tratando de alinear los chakras con una vela aromática y unos mantras. Ya me iba a dormir y vi que tenía un mensaje en el celular. Lo abrí y era de mi suegro “¿Como les fue con el flamante barrilete?”.
Desde entonces veo un barrilete y me viene taquicardia.