Hay cosas que cuando
no son para uno, no vale la pena insistir.
Hace un montón de
años, mi hija mayor tenía una barrileteada en la escuela del
barrio. Cada alumno junto con sus padres, debían llevar un barrilete
y algo para merendar y compartir con los demás padres. La maestra
insistió que en lo posible, los barriletes sean confeccionados por
las familias, así fomentaban los valores, la unión y otro puñado
de barbaridades. Yo no tenía ni tengo idea como se hace un
barrilete, y mi experiencia de remontar uno es un autentico canto al
fracaso que voy a detallar en otro post. La cuestión es que fuimos
un día antes a la casa de mis suegros en Rosario a almorzar y mi
hija comentó lo emocionada que estaba con el evento, que recién ahí
caímos que no teníamos barrilete alguno ya que especulábamos con
un probable frente de tormenta que iba a arruinar la tarde pero la
lluvia no llegó nunca.
Mi suegro saltó de
la silla y con la cara iluminada nos dijo “¡No podrían tener más
suerte! Conozco a Sanabria que hizo la colimba conmigo y vende
barriletes en la plaza del shopping Alto Rosario. Vamos y de paso lo
visito a Sanabria, pobre infeliz.”
No había terminado
la oración cuando ya nos había subido al auto y manejaba como loco
contándonos anécdotas de sus años de conscripción. Llegamos a una
plaza y ahí estaba Sanabria, sentado en una reposera leyendo el
diario y escuchando la radio. Mi suegro me dijo “Vení, vamos que
lo voy a hacer cagar todo.” y lo encaramos desde atrás.
“¿Qué tal cómo
le va?” le dijo mi suegro a Sanabria haciéndose el serio. “Somos
de la inspección municipal y veo que está vendiendo barriletes.
¿Tiene los permisos?”
Sanabria empezó a
buscar nervioso los papeles que no existían, y mi suegro empezó a
reírse mal. “¡No te cagués Sanabria! Soy el flaco Olivieri,
hicimos la colimba juntos, en Bahia Blanca...¿No te acordás? ¡Estás
hecho mierda che!”
La presentación
mutua duró casi dos horas. Sanabria no se llamaba Sanabria, se
llamaba Salinas. La colimba la habían hecho en Azul, no en Bahía
Blanca y así con la casi toda la historia. Cuando sintonizaron, mi
suegro le pidió el mejor barrilete para su nieta. Había no menos de
veinticinco barriletes volando y uno solo apoyado contra un árbol.
“Este es el mejor flaco” le dijo Salinas a mi suegro, “pura
fiselina, no se rompe nunca, y el hilo es encerado, nunca se corta ni
lo jode la humedad. Llevátelo flaco, te lo regalo. Si es para tu
nieta es un regalo.”
Mi suegro insistió
en pagar hasta que logró que Salinas se lo cobre “Ya que insistís
flaco son 24$” sentenció Salinas. (en esa época, 1U$ = 3$, osea
que el barrilete costaba 8 U$) “¡Uh, qué macana! Me dejé la
billetera en el auto. Pagale que después te lo doy en casa.” me
dijo mi suegro, y pagué el barrilete más caro del planeta. Pesaba
un millón de kilos y era duro. Así que lo llevamos a casa.
Al otro día fue la
barrileteada. Había de todo, unos barriletitos minúsculos, otros
standart, y unos tipo cajón que eran enormes.
Todos, absolutamente
todos los barriletes volaron altísimo, menos el barrilete nuestro
que era una suerte de baldosón hexagonal de colores con un hilo
sisal encerado. El cuadro era devastador: mi hija iba adelante, en el
medio a un metro atrás de ella iba Yamila, y un metro atrás Camila,
las tres sosteniendo el hilo sisal y corriendo mientras el barrilete
daba unos humillantes tumbos frente a los eruditos del barrilete que
aconsejaban que le sobraba cola, que le faltaba cola, que tenía
mucho hilo, que le faltaba tal o cual cosa, la cuestión es que yo
rogaba que el barrilete se destruya y acabe el sufrimiento.
Las maestras nos
miraban con lástima y a mi hija los demás papás le prestaron un
barrilete para sacarse una foto.
Volvimos a casa y
revoleé el barrilete al galpón para olvidarme del asunto.
Los demás chicos
subieron todas las fotos al facebook de la escuela, abajo de la foto
de mi hija decían los comentarios “Acá está fulanita con nuestro
barrilete, que se lo prestamos porque el de ella no se levantó” y
tenía como dos mil likes y la compartieron cientos de veces.
A la noche cuando
todo era paz y silencio, todos se habían dormido menos yo que estaba
como loco tratando de alinear los chakras con una vela aromática y
unos mantras. Ya me iba a dormir y vi que tenía un mensaje en el
celular. Lo abrí y era de mi suegro “¿Como les fue con el
flamante barrilete?”.
Desde entonces veo
un barrilete y me viene taquicardia.