Leticia era la nena gordita del curso. Tenía ojos celestes, dos trenzas
enormes y una timidez que la convertían en el blanco de todas las
burlas. Odiaba la escuela y sobre todo odiaba la exposición dado que
temblaba y transpiraba mucho en iguales cantidades. A su papá le daba
igual lo que sintiera siempre que no se quedara de grado, y su mamá
empezó a preocuparse, cuando Leticia cumplió los trece años. Tenía un
importante sobrepeso y una gran debilidad por la comida dulce y
abundante.
Una tarde la mamá de Leticia, sin preguntar demasiado
los pareceres, la llevó a una clínica de rehabilitación. Los métodos
eran un tanto extraños, experimentales y poco se sabía de la reputación
de los profesionales. Se sospechaba de tratamientos mediante hipnosis y
yoga , hasta de torturas y suplicios. El último trimestre de
tratamiento, Leticia debía quedarse internada sin contacto alguno con el
exterior. Unas semanas antes del cumpleaños, Leticia apareció en la
puerta de su casa y era otra persona, delgada, cutis limpio y sus
trenzas se habían convertido en un increíble cabello lacio. Era
increíble el cambio. Su hermoso semblante no exteriorizaba ningún gesto o
emoción. A nadie le importó.
Llegados el día de la fiesta, la mamá
de Leticia le había adaptado el vestido de casamiento de su madre para
que se luzca como una princesa. El maquillaje y las luces la elevaron
por sobre todos los asistentes. La música era el marco perfecto para ese
día, la madre no paraba de llorar de emoción y el padre la miraba como
la mujer en que se iba a convertir.
Llegó el momento tan esperado,
la torta. Justo cuando entró la enorme confitura a Leticia le brillaron
los ojos por primera vez en meses. Sonaba la música y Leticia estaba más
resplandeciente. Bastó un flash de la cámara de la mamá para que se
abalanzara sobre la torta mordiéndola a todo lo que le daba la
mandíbula. Respiraba con dificultad pero tragaba un pedazo tras otro.
El vestido manchado de crema y chocolate comenzó a rasgarse ante la
mirada en silencio de los invitados. La felicidad de su rostro se
transformó en una mueca deformada por las luces. La gente empezó a salir
del salón corriendo. El padre cayó redondo al piso para nunca más
levantarse y la madre la miraba inmóvil. Las mesas quedaron vacías y
gruñendo como un animal Leticia seguía atragantándose con la crema
batida. El asco provocó vómitos en los parientes cercanos que se fueron
de inmediato. Solo quedaban en el salón la madre y Leticia que se había
transformado en un animal depredando lo que quedaba de torta. Sus
mejillas se hincharon deformándole la cara y la ropa era un harapo
maltrecho y sucio. El monstruo estaba llegando al final de su faena.
Cuando se vio en el espejo del fondo, paró, de repente. Se miró, observó
el salón vacío y en silencio, le subió una angustia incontrolable por
el pecho y buscó desesperadamente un gesto familiar , alguien que la
rescate del vacío. Sintió una respiración entrecortada a su espalda. Era
una presencia familiar. Se dio vuelta con los ojos llenos de meses de
lágrimas contenidas y cuando se encontró con los ojos de su madre el
tiempo se detuvo.
Veintisiete cachetadas le dio la madre gritando
como loca “¡El vestido de mi mamá! ¡Hija de puta, el vestido de mi
mamá!¡Sos una hija de puta Leticia!” mientras su rostro y el de Leticia
se deformaban por distintas causas.
La única foto del evento, está
pegada en una pared blanca, paradójicamente es la mejor foto que jamás
se sacó Leticia. Su mamá la mira desde el otro lado de la habitación
mientras repite “ el vestido….el vestido….”
De Leticia es poco lo
que se sabe, se casó y vive retirada de la ciudad, nunca visitó a su
madre y se cambió el nombre. Los que estuvimos esa noche aún recordamos a
la gordita de ojos celestes y trenzas largas y su terrible
metamorfosis.