jueves, 16 de octubre de 2014

Día 36 - Dos palomas


Me miraba con asco. No hacía otra cosa que reprochar fuertemente y sin fundamentos mi actitud infantil. Intenté conciliarla, le dije que había cosas que escapaban de mi control pero que eso no me convertía justamente en ese ogro que ella gritaba a los cuatro vientos para que el mundo me condene. Le señalé las dos palomas, le conté que la naturaleza tiene sus reglas, que ellas eran libres de ir adonde se les ocurra y que me parecía opresivo pensarse el dueño de la verdad y de los actos ajenos. Nada. Ella seguía firme, juzgando, condenando, ejecutando la sentencia dictada por las leyes urbanas que tantas veces trasgredimos cuando fuimos jóvenes y rebeldes. Volví a insistir con las palomas, le mostré una vez más lo inocente de sus actos y de la plenitud que yo veía en ellas, que se me antojaron por un momento como un cuadro de Paul Cezanne, escapando a las reglas de lo establecido, desafiando los órdenes, libres con todas las letras. Ofuscada me miró con un fuerte desprecio, me aniquiló con su mirada y arrebatándome el calzoncillo de la mano le pasó un pan de jabón con violencia y lo dejó en un balde al sol.

Tengo que aflojarle al Fernet.

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