“Tengamos ideales elevados y pensemos en alcanzar grandes
cosas, porque como la vida rebaja siempre y
no se logra sino una parte de lo que se ansía, soñando muy alto
alcanzaremos mucho más. Para una voluntad firme, nada es imposible, no hay
fácil ni difícil; fácil es lo que ya sabemos hacer, difícil, lo que aún no
hemos aprendido a hacer bien”.
Dr. Bernardo Houssay (1887 – 1971)
Por el año 86 comencé a proponerme cosas realmente
trascendentes, cosas que poca gente pueda lograr. El abanico en un principio
amplio, implicaba demasiado esfuerzo, dinero o inteligencia, así que fui
desestimando la idea de la trascendencia y la gloria ya que carecía de las tres
virtudes prexistentes. Fue una noche de diciembre que vino a mi cabeza una luz.
Estaba mirando por la tele una maratón de 8K de San Silvestre que dura desde el
31 de diciembre hasta el 1 de enero de año siguiente y la inspiración dijo:
"¡Hay que hacer algo que dure dos años como esa carrera! ¿Pero qué?"
y la respuesta me sorprendió cuando en el baño de casa me estaba masturbando.
La paja de San Silvestre venía a ser el reto a vencer. No era poca cosa, había
que estar sano física y mentalmente, pero por sobre todas las cosas inspirado y
con el tiempo justo para hacer coincidir la eyaculación con las doce
campanadas. Los primeros años fueron imposibles. Como casi siempre pasábamos
las fiestas en familia, costaba abrirse un hueco justo antes de las doce para
llevar a cabo la empresa. Siempre alguien te golpeaba la puerta para saber si
estabas bien o para avisarte que venían las doce. Una vez se me ocurrió atrasar
todos los relojes diez minutos, tiempo suficiente para que nadie venga a interrumpir.
Mi casa era un lugar asincrónico con la realidad, hasta había cortado el cable
de la tele para no tener un conteo oficial. El único reloj en hora era el que
tenía en la muñeca. A dos minutos de emprender el cometido llamó por teléfono
mi tío Juan para saludarnos y nos avisó
que como ese año estaba lejos quería brindar en tiempo real con nosotros. Mi
vieja le dijo que que lindo gesto pero faltaban diez minutos, a lo que mi tío
le recordó que ya era el tiempo y me fueron a buscar corriendo al baño para que
salude a mi tío. Ahí cayeron que todos los relojes estaban atrasados y se
miraban los unos a los otros. En ese momento, otro año se me fue de las manos,
literalmente. Ya por el año 96 me fui a vivir solo, inventando una excusa para
tener libre la medianoche del 31 de diciembre. A mis familiares les inventé que
iba a pasarla con amigos y a mis amigos les dije exactamente lo contrario. El
plan iba de maravillas, hasta que encontré una vecina de departamento que se
quedaba sola y la familia estaba de viaje. Entre charla y charla nos contamos
de nuestra soledad y decidimos terminar el año juntos. Una idea me asaltó en
plena noche "¿Y si en lugar de la paja de San Silvestre hacía el polvo de
San Silvestre?" . El propósito era muy ambicioso pero dadas las
circunstancias era altamente probable que suceda, así fue que empecé a llevar a
mi vecina al terreno de los sentimientos, de las soledades y de la suerte de
tenernos. Llegando a las doce menos veinte la llamó por teléfono su ex,
aparentemente ella lo pasaba sola porque el tipo la había engañado y ella lo
había dejado. Las posibilidades eran dos, o la dejaba hablar con su ex y cumplía con el primer y básico objetivo de
la paja de los dos años, o esperaba a que corte e insistamos por el polvo de
los dos años. Mi ansiedad me taladraba el cerebro. Si cortaba a las doce y
cinco, sea cual fuere el resultado, la paja vería postergado un año más su
cometido, pero si lograba la paja por ahí se me arruinaba el polvo con mi
vecina y contar esto último era bochornoso e incontable. Pasó lo que tenía que
pasar, la mina cortó llorando a las doce y media, me abrazó y me pidió
disculpas y me dijo que quería estar sola. "¡La putísima madre que las
reparió!" pensé y me despedí amablemente y con una calentura mal. El año
99 me trajo una revelación, iba a ir por el reto mayor, el polvo del milenio.
Iba a unir el año 1999 con el 2000 con un polvo. Ya estaba de novio formal y
desde septiembre venía trabajando a mi chica para ir a San Martin de los Andes
a pasar el fin de año. Mis ahorros mermaron a cero y compré anillos para
anunciarle a las doce menos cuarto mi intención de casarme con ella y sin dudas
me iba a echar el polvo del milenio. El plan era un reloj suizo, iba sin
problemas, sin sobresaltos. Corría el día 31 de diciembre del 1999 a las 23:30
hs y era momento de empezar las acciones previas. Justo cuando estaba por
lanzar la propuesta que no iba a poder rechazar, a lo Corleone, mi chica me
dice "Tengo una sorpresa para vos". Temblé, pero me dije para mi mismo,
"Sea lo que sea tiene que ser lindo, y tendría que desembocar en un polvo
y todo estaría bien, de paso en una de esas me ahorro la propuesta de
casamiento y podría devolver los anillos aún sin grabar y recuperar parte de
los ahorros. "Sentate" me dijo y me vendó los ojos. Esto pintaba
mejor de lo que creía. Polvo y perversión de milenio, ahora sí el corazón se me
iba a saltar. Sentí que se alejó unos pasos y con vos suave me dijo
"¡sacate la venda!" El milisegundo previo imaginó cualquier cosa y
realmente estaba al palo. Me saqué la venda de un tirón y la mandíbula se me
estrelló contra el piso como el los dibujitos animados. "¡Sorpresa! "
gritaron los parientes de ella, una manga de gringos con los brazos llenos de
bebida y comida. "Justo mis tíos estaban en Bariloche y me costó pero los
convencí de que vengan a pasar las fiestas con nosotros. ¡Viste que
lindo!" Se me detuvo el mundo, el corazón, menos el ojo derecho que me
empezó a latir feo. Me desperté en la guardia de un hospital, u enfermero me
encandilaba con una linternita y me pregunta cosas como mi nombre, mi edad y el
día en que vivimos. Cuando me dijo que estábamos en el día 4 de enero del 2000
y que no me acordaba de nada, empecé a trazarme nuevas formas de pasar a la
trascendencia. Ya no me parecían imposibles las primeras opciones, las que
involucraban dinero, esfuerzo e inteligencia.
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