miércoles, 9 de marzo de 2016

Religiones, hombres y semáforos.

Hubo un tiempo que la gente se sentía sola y un poco el ombligo del mundo, hasta que a un grupo se les ocurrió un plan macabro: inventar a un ser invisible y poderoso que sea incuestionable que dirija los destinos de la gente a gusto y piachere de los cinco creadores. Sería apresurado y poco objetivo aventurar que se iba a llamar Dios, así que vamos a suponer que así fue.
Al principio todo marchaba de maravillas, puesto que Dios iba a solucionar cuestiones inexplicables y a perdonar esas cosas inaceptables para los hombres. Como el concepto era un tanto subjetivo, le dieron forma humana y crearon un sinnúmero de leyendas y prodigios como separar la luz de las tinieblas y crear todo en siete días, a pesar que los días no existían siquiera. Así fueron naciendo las religiones, algunas más cerradas, otras más liberales, unas con mayor cantidad de dioses, otras con seres terrenales dotados de algún poder, algunas contrapuestas con los principios básicos de la creación, pero más o menos todas se parecían.
La diferencia mas grande, tenía que ver con lo geográfico. Los hombres que habitaban tierras áridas, rezaban pero también trabajaban a destajo día tras día para hacer de su aldea, un lugar habitable. La escasez de recursos los obligó a cuidar mucho aquello que cosechaban volviendo sus carácteres hoscos y poco hospitalarios, no celebraban con mucha bulla ni hacían grandes festines para poder guardar para los tiempos poco prósperos. Estos hombres, pertenecieron mayormente a las razas arias y sajonas.
Por contrapartida, en las geografías más fértiles, las tierras proveían alimento y refugio para todos. Sólo hacía falta rezar para que la suerte no cambie y la madre naturaleza siga entregando sus frutos. Para ello se ofrendaban bailes y canciones regados de vinos y manjares que supieron cosechar en la bonanza. Difícilmente se guardaba alimento para tiempos malos porque no había necesidad, pocas veces faltaba de comer. Cuando este fenómeno sucedía, se hacían sacrificios matando un animal u ofreciendo alguna niña consagrada a los dioses para que vuelvan a proveer agua, lluvia para las cosechas y el regreso de los animales. Eran soluciones casi mágicas, que dependían más de los deseos que del esfuerzo.
Yo nací y vivo en la parte del planeta donde la geografía es prometedora y la suerte es la moneda en curso.
¿Será por eso que cada vez que llego a un semáforo en rojo cierro los ojos, cuento hasta tres y los abró esperando encontrarlo en verde?
Interrumpo este breve pensamiento desde la oscuridad de mis ojos cerrados cuando los automovilistas que esperan atrás mío me gritan "¡Daaaaleee pelotudo! ¿Estás dormido o qué?".
Sin dudas, son descendientes de países arios.

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